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Actualizado: 14 de noviembre de 2025


Aquí ha comenzado mi sorpresa. No se invita a nadie, que yo sepa, a las siete de la mañana para una presunta conversación en la noche, sin un motivo serio. ¿Qué me puede querer Funes? Mi amistad con él es bastante vaga, y en cuanto a su casa, he estado allí una sola vez. Por cierto que tiene dos hermanas bastante monas. Así, pues, he quedado intrigado. Esto en cuanto a Funes.

No tenía mas que un deseo: que las chicas ignorasen sus preocupaciones; que nadie se diese cuenta en la casa de los apuros y tristezas del padre; que no se turbase la santa alegría de aquella vivienda, animada á todas horas por las risas y las canciones de las cuatro hermanas, cuya edad sólo se diferenciaba de un año.

Esta dama pasó todo el tiempo del destierro de los reyes de Cerdeña en Inglaterra, hasta el 1818; tuvo algunas hijas nacidas y educadas en Londres; estas niñas han vivido después de su infancia, como hermanas, con la joven inglesa, su amiguita.

Noticias de él fueron los alaridos que comenzaron á oírse luego por las calles, entre la gente marinera; madres clamando por sus hijos; esposas por sus maridos; hijos por sus padres; hermanas por sus hermanos. Aquello era una desolación, y sus clamores atravesaban el alma como un puñal.

Eran prematuros en ella los noviazgos, no contando más que veinticuatro años de edad. En cuanto a la idea de que pudiera contraer matrimonio una criatura tan tierna y tan informal, la misma sonrisa de sorpresa y desdén contraía los labios de las tres hermanas mayores.

En la misma mesa y en el lado opuesto al ocupado por las dos hermanas, tenía Relimpio máquina y discípula, y sobre aquel círculo amoroso de confianza y trabajo derramaba una colgada lámpara su media luz, tan pobre y triste, que los que de ella se servían no cesaban de recriminarla, achacando su falta de claridad a la escasez de petróleo, a la falta de mecha, o bien a lo mal que la preparara la moza.

Ana dio gritos, se asustó mucho, se sintió muy cobarde; llorando y con las manos en cruz pidió que llamaran a sus tías, unas hermanas de su padre que vivían en Vetusta y que tenía entendido que eran muy buenas cristianas.

Y al día siguiente emprendí el viaje de vuelta a mi casa. ¡Con cuánta alegría contemplé mi hermoso castillo de la Roche-Bernard, los seculares árboles de mi parque y el hermoso sol de mi país! En él me esperaban mis vasallos, mis hermanas, mi madre... y la felicidad, porque ocho días después celebrábase mi matrimonio con mi prima Enriqueta.

Su estilo, su lenguaje, sin necesidad del testimonio de las hermanas, a los ojos desapasionados de la crítica más fría, es un milagro perpetuo y ascendente. Es un milagro que crece y llega a su colmo en su último libro; en la más perfecta de sus obras: en El Castillo interior o las Moradas.

Ya se me está agotando la paciencia a vuestro respecto, viéndoos siempre empollando un huevo huero, como si no hubiera otros en el mundo. Conque no se case una de las dos hermanas basta, y yo haré honor al celibato, porque Dios me puso en el mundo para eso. ¡Vamos! ahora podemos bajar. Estoy realmente tan bien entrazada como puede estarlo un espantajo.

Palabra del Dia

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