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Actualizado: 4 de julio de 2025


El viajero que no está habituado á esas escenas, que viene de las soledades del Nuevo Mundo y trae nociones y recuerdos enteramente exóticos en esa Babilonia del comercio, cree asistir á una representacion fantástica, vivir soñando ó contemplar, al traves de los lentes de un cosmorama, una coleccion extravagante de dibujos chinescos ó de figuras producidas por el delirio de un artista invisible y febricitante.

La elección que este personaje había hecho de la señora de Latour-Mesnil, puede sorprender a primera vista. Primeramente, era un acto de gran vanidad, y también un cálculo. Se hablaba en la alta sociedad de la señorita Latour-Mesnil como de una joven completa. Habituado a no rehusarse nada, y a ser el primero en todo, pareciole glorioso adornar su sombrero con aquella flor rara.

Maltrana se alegró al verle. «El vecino», como él le llamaba, habíale siempre inspirado gran simpatía. Muchas veces, de chiquitín, entraba en su cuartucho, y sentándose en sus rodillas, le acariciaba el recio bigote, haciéndole preguntas sobre las aventuras de su vida. Era un aragonés, parco en palabras, rudo, sobrio, habituado a la obediencia.

La pluma se le cayó de la mano, lanzó un profundo suspiro o inclinó la cabeza, presa de profundo abatimiento. Se abrió en esto la puerta del despacho para dar paso a una joven que se aproximó de puntillas al doctor y después de contemplarle un instante con melancólica expresión a la que no parecía habituado su semblante risueño, le dio en la espalda una palmada cariñosa.

A él que le preguntasen sobre casos prácticos, y su pericia de patrón de barca, habituado á todos los peligros del mar, le haría responder con el aplomo de un sabio. En los trances difíciles días de tormenta, bajos tortuosos, vecindad de costas traidoras , Ferragut sólo se decidía á descansar cuando Tòni le reemplazaba en el puente.

Eran diamantes tan enormes que hacían dudar de su autenticidad, esmeraldas del tamaño de guijarros, amatistas, topacios y perlas, muchas perlas, a centenares, a miles, caídas como granizo sobre las vestiduras de la Virgen, Los forasteros admirábanse ante esta opulencia, deslumbrados por su enormidad, mientras Gabriel, habituado a la visita diaria, lo miraba todo fríamente.

Había dicho «¡Fuera todo el mundoIba a hacer una de las suyas. Pero ni llegó lo que el público esperaba, ni el Nacional dejó de marchar tras él, capote al brazo, adivinando con su astucia de antiguo peón habituado a las marrullerías de los matadores la falsedad teatral de esta orden.

El obrero industrial, habituado á sufrir en otras partes la tiranía de las sociedades anónimas, monstruos acéfalos de la industria, irritábase á cada momento contra el gran patrono de reciente formación.

Don Silvestre hubiera hecho algunas enmiendas al panegírico de su amigo; pero tan habituado le tenía éste á semejante lenguaje, que ya no se cansaba en contestarle siempre que con él le hablaba. Las escenas del portal de la iglesia se repetían cada día festivo, no solamente en este sitio, sino en el corro, á donde iba el madrileño á ver bailar y jugar á los bolos.

Casi hacía calor, aunque era el mes de Marzo. Rafael, habituado al viento frío de Madrid y a las lluvias de invierno, aspiraba con placer la tibia brisa que esparcía el perfume de los huertos por las estrechas callejuelas de la ciudad vieja.

Palabra del Dia

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