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Actualizado: 4 de julio de 2025
Se callaría el agonizante, dejando á sus amigos, los Terreròla ú otros, el encargo de vengarle. Y Batiste no sabía qué temer más, si la justicia de la ciudad ó la de la huerta. Empezaba á caer la tarde, cuando el herido, despreciando las protestas y ruegos de las dos mujeres, saltó de su camón. Se ahogaba; su cuerpo de atleta, habituado á la fatiga, no podía resistir tantas horas de inmovilidad.
Hizo una profunda reverencia primero a la señora Cass, luego al señor Cass y les dijo: Gracias, señora; gracias, señor; pero yo no puedo separarme de mi padre, ni reconocer a nadie que me fuera superior que él. Tampoco deseo ser una dama. Gracias de todos modos Eppie hizo al llegar aquí una reverencia , y no podría abandonar a las gentes con que me he habituado a vivir.
Habituado a recibir ayudas pecuniarias sin ocuparse directamente del manejo de sus intereses, Ojeda se creyó rico, muy rico, viéndose propietario de una casa en Madrid y muchas tierras en Andalucía. Su hermana estaba casada con un ingeniero, hombre formal, que había hecho su fortuna en la América del Sur, ayudado por algunos parientes.
Servía con indiferencia á la clientela, sin que le interesasen sus palabras y sus himnos. «El no se metía en política.» Habituado á los establecimientos de gente alegre y batalladora, adivinó al hombre que viene á «armar bronca», y quiso amansarlo con su actitud sonriente y obsequiosa. El marino le habló en alta voz.
El otro, con la cabeza gris y el bigote extrañamente rubio, pequeño de cuerpo y de un perfil aquilino, se decía francés y vivía en París; pero hablaba el alemán con tanta soltura y estaba tan habituado a los usos germánicos, que los del buque, creyéndolo compatriota, habían colocado ante su cubierto la bandera del Imperio.
Pasaba las noches en la catedral con la misma tranquilidad que si estuviera en el claustro, alto, habituado a aquel silencio de cementerio.
Creía que era la vida de otro; algo que había presenciado y conocía con exactitud, pero perteneciente a la historia de una existencia ajena. ¿En realidad aquel Jaime Febrer que había rodado por Europa y había tenido sus horas de orgullo y de triunfo era el mismo que habitaba ahora una torre junto al mar, rústico, barbudo y casi salvaje, con alpargatas y sombrero de payés, más habituado al ruido de las olas y el chillido de las gaviotas que al trato de los hombres?...
Más de dos páginas había llenado, cuando alguien dió con el bastón fuertes golpes en la puerta del despacho y una voz conmovió á todo el personal, habituado á la calma casi monástica de aquella oficina. A ver, ¿dónde está ese ingenierete?...
Tienen opio; son muy agradables. Y encendió uno, siguiendo las espirales de humo con sus ojos verdosos, que adquirían al transparentar la luz un temblor de oro líquido. El torero, habituado al bravo tabaco de la Habana, chupaba con curiosidad este cigarrillo. Pura paja; un placer de señoras. Pero el extraño perfume esparcido por el humo pareció desvanecer lentamente su timidez.
Daos prisa más bien a imaginaros lo que no digo de la voluptuosidad y belleza de las mujeres que nacen bajo un cielo de fuego, y que, desfallecidas, van a la siesta a reclinarse muellemente bajo la sombra de los mirtos y laureles, a dormirse embriagadas por las esencias que ahogan al que no está habituado a aquella atmósfera.
Palabra del Dia
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