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Actualizado: 27 de junio de 2025


Y hubieran concluído por hacerla llorar, si él, volviendo en su acuerdo, no le hubiera regalado un pellizquito en el brazo muy sentido y amoroso, rogándole al propio tiempo que le diese la mitad de la pastilla de menta que su linda mujercita tenía en la boca. Con esto volvieron a arrullarse como si estuvieran en una selva virgen y no en el hotel de Osorio.

Miróle el tío Frasquito extrañado, y la curiosidad, que es la fuerza de resistencia más sufrida que se conoce, le clavó en el asiento... Quizá iba a despejar la X misteriosa que se debatía aquella misma tarde en la terraza del Grand Hôtel, la incógnita que representaba la presencia intempestiva de Jacobo en París, abandonando su Embajada de Constantinopla.

Entonces fue cuando Miguel puso en juego todas sus amistades para conseguir que el ministro le concediese una de las plazas; el mayor del Consejo, su compañero de hotel, no fue uno de los que menos trabajaron en el asunto.

La ciudad está naturalmente dividida en dos partes por la configuracion del suelo en que demora: la parte baja y antigua, que tiene su centro en la Gran-Plaza y su admirable Hôtel de Ville ó Palacio municipal; y la parte alta y nueva, que se extiende sobre la planicie de la colina, y tiene su magnífico centro aristocrático y monumental en el Parque, que es el «jardin de las Tullerías» de Brusélas.

El acta fue redactada por su oficial mayor, revisada por los encargados de los negocios de ambas familias, y transcrita, por último, en un elegante cuaderno de papel timbrado, en el que no faltaban más que las firmas. Llegado el día, M. L'Ambert, esclavo de sus deberes, trasladose en persona al hotel de Villemaurin, a pesar de una persistente coriza que amenazaba saltarle los ojos de sus órbitas.

Las mamás, que hasta entonces se habían saludado con ceremonia, recordaban enternecidas a las amigas comunes que vivían en París y creían vagamente haberse visto en un del Hotel Ritz o en una recepción-tango en los Campos Elíseos. Una matrona imponente detenía a Conchita con súbita amabilidad. ¿Y usted no se disfraza, hija mía?...

Parecía más alta, más delgada, con el rostro afilado, dos oquedades de sombra en las mejillas, los ojos brillantes de fiebre, los párpados contraídos por el cansancio. Adivinó una noche de suplicio, de pensamientos escasos y tenaces, de estupefacción dolorosa igual á la suya en el cuarto del hotel.

En pos de la negra sotana atravesó el jardín del hotel que tantas veces, al pasar por el inmediato paseo, había espiado con miradas de odio... Y ahora, nada; ni odio ni dolor: un vivo sentimiento de curiosidad, como el que entra en país desconocido, paladeando anticipadamente las maravillas que espera ver.

Las once habían dado ya en el reloj del Grand Hôtel, y Kate, la doncella inglesa, prendía con dos largas agujas de oro en la cabeza de Currita la riquísima mantilla española de encajes con que se proponía la dama quitar la devoción a los pocos que la tuviesen, en las honras fúnebres del infortunado Luis XVI.

Y lanzaba una intensa mirada de odio al hotel, como si quisiera aniquilar al enorme caserón con todos los seres que encerraba.

Palabra del Dia

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