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Actualizado: 27 de junio de 2025


Tomó un coche en la Puerta del Sol y dio las señas. Pocos minutos después se bajaba delante del hotel que ocupaba el marqués. Preguntó al portero. El señor y la señora habían salido hacía ya una hora con su primo el marqués del Lago y una señorita. ¿No sabe usted dónde han ido? No, señor..., pero aguarde usted un momento. Tomó la bocina del tubo acústico y llamó.

»El noble padre, dichoso y desgraciado a la vez, comunicó tan importante acontecimiento a la venerable condesa. Esta ha querido ver al niño, y ha hecho llevarlo a su lado, en su hotel del faubourg Saint-Honoré, donde aun está. Tiene dos años, goza de buena salud y se parece ya a las veinticuatro generaciones de los Villanera.

Al salir del ascensor, la inglesa se dirigió con paso rápido a la oficina donde estaba pluma en mano el cajero del hotel.

Nuestro hostelero, que era un buen hombre, mucho mejor que su hotel y sus alcobas de dormir, nos refirió algunos pormenores que nos dieron idea de la originalidad de aquellos bailes, mas parecidos á una escena de sombras chinescas que a otra cosa.

El buque estaba en un lugar incómodo, cerca de los descargaderos de carbón, con la popa en alto para que la hélice fuese recompuesta. Los obreros reemplazaban las planchas abolladas y rotas con un martilleo irresistible. Ya que había de esperar cerca de un mes, era preferible alojarse en un hotel.

Tampoco me ha sorprendido su presencia aquí continuó ella ; la esperaba. Conozco las inocentes astucias de los hombres. «Ya que ayer no me encontró en el hotel, me esperará hoy en la calle», me he dicho esta mañana al levantarme... Antes de salir he seguido sus paseos desde la ventana de mi cuarto... Ferragut la miraba con sorpresa y desaliento. ¡Qué mujer!...

Después de la comida, que había sido suntuosa, rápida y acompañada de música, lo que hizo imposible toda conversación y simplificó así las relaciones entre los convidados, reduciendo la comida á una simple manifestación gastronómica, los invitados se repartieron por los admirables salones del hotel Weller. Los hombres se fueron á fumar en el despacho de Sam.

Los que no se resignaban eran los Dupont: don Pablo y su madre, que volvían a su hotel malhumorados y confusos cada vez que veían en las calles el rubio moño y la sonrisa insolente de Lola. Les parecía que la gente era menos respetuosa con ellos por culpa de la mala hembra, deshonra de la familia.

Adiós dijo el conde . Voy a saludar a mi madre. Dormía aún esta mañana cuando he salido del hotel. Le contaré todo lo ocurrido y le preguntaré qué es lo que debo hacer. ¿Es posible, doctor, que haya gentes que carezcan de pan? He encontrado algunas en el camino de mi vida. Desgraciadamente no tenía un millón para ofrecerles como hoy.

De vuelta, por fin, en nuestro hotel, quiso mi mujer acostarse y notó con harta estrañeza que los dos balcones de nuestra habitacion no tenian maderas, y que á una de las vidrieras faltaba el pestillo. Es decir, notó con extrañeza que dormir allí era dormir en medio de la calle, á pública subasta, como decimos por allá.

Palabra del Dia

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