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Actualizado: 20 de junio de 2025


O bien: «Me han dicho que no has sabido la lección de catecismo. Te vas haciendo muy holgazana. Cuidado que seas buena, porque si no, te encierro en la cueva de los ratonesAntes se ocupaba ella en tomarle las lecciones, en ponerle la aguja en la mano y guiar sus diminutos dedos. Ahora abandonaba casi siempre esta tarea a las doncellas.

, que tal es el lado flaco de todas las mujeres, me dijo el cura con su bondadosa sonrisa; pero no es bueno abusar, Reina. Por otra parte el trato social te enseñará a equilibrar tus sentimientos, sin contar con que tu tío te sabrá guiar bien. ¡Qué cosa hermosa debe ser la sociedad, señor cura! Estoy cierta de que agradaré, siendo tan linda...

¿Mantilla para guiar? ¡Estás aviada, hija! Bueno, pues de sombrero. El caso es que estaría de mistó: no como esa desorejada de la Felipa que ya no tiene carne para hartar a un gato.... La doncella, mientras le recogía el pelo, charlaba por los codos. El fondo de su charla era constantemente adulador. Amparo escuchaba con cierta complacencia.

Sublime manifestación de la fuerza humana, único elemento capaz de sacudir, guiar, enloquecer, los rebaños de hombres sobre el polvo de la tierra!

El maestro fundó con esto un ligero castillo en el aire, imaginando acaso fundar la casa de Melisa; pues era fácil creer que una mujer cariñosa y simpática podría guiar mejor su caprichosa naturaleza.

Sentado a su lado, en el pescante, iba el marqués de Sabadell, afable y cariñoso, defendiendo de los rayos del sol el rostro de la dama con una gran sombrilla de grueso tafetán encarnado, y atento siempre a remediar con su vigoroso puño cualquier descuido que en su ardua tarea de guiar el coche pudiera tener el aristocrático cochero.

Lo que no se explicaba es que don Braulio no tratase de vengarse del Condesito de cualquier modo que fuese. Entre tanto, ¿qué iba él a hacer, qué iba a decir en casa de doña Beatriz? Después de reflexionarlo, formar varios planes y componer mentalmente varios discursos, determinó dejarse guiar de la inspiración del momento e improvisarlo todo. Así llegó a casa de don Braulio.

Había tratado en vano de guiar él mismo los primeros pasos de su hija adoptiva para la instrucción. Ahora que era grande, Silas había tenido ocasión a menudo, en esos momentos de apacible confidencia que se presentan a las personas que viven juntas en un afecto perfecto, de hablar también del pasado con ella; de decirle cómo y por qué había vivido solo hasta que ella fuera enviada.

Aquel estrépito belicoso acompañaba dignamente la evocación del padre hecha por el viejo. Rafael creía ver delante de sus pasos aquel enorme cuerpo de hombre de lucha, sus grandes bigotes, su fiero entrecejo de conquistador, de aventurero nacido para guiar hombres e imponerles su voluntad.

Pablito, inclinado, sumiso, la vertía al oído frases ardientes e ingeniosas como éstas: Ayer cuando venía de Tejada, la he visto a usted con su papá, tan guapetona como siempre. ¡Qué guasón! También yo le vi. Venía usted en coche abierto. Guía usted muy bien. Es favor, Carmencita. Guiar ahora esos caballos no tiene nada de particular, lo hace cualquiera. ¡Si los viera usted cuando los compré!

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