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Actualizado: 7 de julio de 2025


Así era la enfermedad de Anita. En cuanto al contagio, que debía de haberlo habido, él lo atribuía al Magistral. Se acordaba del guante morado. Mucho tiempo lo había tenido olvidado, pero un día se le ocurrió preguntar a la Regenta si las señoras usaban guantes de seda morada y ella se había reído. Era, por consiguiente, un guante de canónigo. Ripamilán no los usaba casi nunca.

Los que transitan por las calles silban maquinalmente danzas del otro lado del Océano, canciones de marcha de los soldados de la Unión. La gente se detiene en las plazas para admirar la agilidad de los americanos en mangas de camisa que se envían la pelota y la devuelven luego de captarla entre sus guantes de esgrima.

Desde los primeros acordes se pudo notar extraordinaria agitación en la juventud de las puertas, que se enervaba a ojos vistas por la falta de ejercicio. Algunos empezaron a meterse los guantes apresuradamente; otros se aliñaron los cabellos con la mano y apretaron el nudo de la corbata. Uno preguntó con voz alterada: Es mazurca, ¿verdad? No; es vals-polca. ¿Cómo vals-polca? ¿No lo estás oyendo?

Esa es la fija, y hasta la primera contestó don Celso montando a caballo. Quede usted con Dios, buen hombre añadió el candidato, montando también, abrochándose las solapas y poniéndose los guantes, señal de que nada se prometía ya del brillo de sus alhajas para mover el ánimo de aquel pedazo de bruto, con costras de taimado... y de sebo....

Esta... le contesté, y avanzando sobre el espacio del balcón hasta el rincón en que termina la reja, la impulsé suavemente, le saqué en un segundo uno de sus guantes, le tomé la mano, la llevé a mi boca, la rodeé con mis brazos el cuello y la cubrí de besos mudos e intensos que ella rehuía apenas, riendo entrecortadamente con cierta frialdad irritante.

Pero al que recordaba con más veneración era a un señor elegante y grave, autor de largos artículos sobre política internacional, que se sentaba en cualquier rincón de la imprenta, sin mancharse, y escribía con los guantes puestos. ¡Sin quitarse los guantes, Isidro! ¿Hay muchos que puedan hacer eso ahora?

Su Manolita no le permitía jamás que se quitara los guantes y hasta quería que comiese con ellos, para ir según ella decía acostumbrándose a los usos de la gente elegante. ¡Y el diario paseo por la Alameda...! ¡Dios, qué sonrojo!

Los soldados, con uniforme de gala y las manos yertas dentro de los guantes de algodón, iban a visitar las estaciones, turbando el general silencio con el arrastre acompasado de sus pies e impregnando el ambiente de ese olor de salud, mezcla de carne sudada, cuero y lana burda.

Sobre la mesilla hay una palmatoria con su bujía apagada, un reloj despertador, dos ó tres libros de cubierta amarilla, un par de guantes y un pañuelo de seda. El caballero que duerme en la cama del siglo XVII, duerme con la cara hacia la pared y no podemos decir otra cosa sino que es rubio y disfruta de abundante y riza cabellera.

Todos aquellos hombres de levita y guantes negros se postrarían delante de como ante un Cristo, un Mahoma o un Buda, si yo arrojase sobre ellos un puñado de cheques de mis ciento veinte millones de pesetas sobre los principales Bancos de Europa.

Palabra del Dia

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