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Actualizado: 7 de julio de 2025
Watson preguntó á Robledo si les acompañaba á la Opera. No; voy haciéndome viejo, y me molesta ponerme de frac y guantes blancos para escuchar música. Prefiero quedarme en el hotel. Veré cómo acuestan á Carlitos... Le he prometido un cuento.
Un modesto pañolito de seda negra cubría también, al uso del lugar, su espalda y su pecho, y en la cabeza no ostentaba tocado, ni flor, ni joya, ni más adorno que el de sus propios cabellos rubios. En la única cosa que note por parte de Pepita cierto esmero, en que se apartaba de los usos aldeanos, era en llevar guantes.
A Mario le hacían falta botas y guantes; el sombrero de copa estaba ya grasiento; llegaba el verano y era necesario también hacerse ropa. Todas sus joyas de poco valor fueron pasando por la casa de préstamos. El aderezo regalo de sus padres, que era lo que más valía, lo guardaba D.ª Carolina. ¿Pero ese gato que tienes no se agota nunca? le preguntó inquieto Mario. Tenía la respuesta preparada.
La presencia de dos personas que traen aún encima el polvo del camino, en un gabinete de elegancia y buen tono, no pudo menos de producir en los asistentes cierta sensacion impregnada á la vez de lástima y de burla. Afortunadamente mi mujer y yo conocemos bastante bien lo que valen dos francos: con dos francos se compran unos guantes color de caña.
En época de elecciones, ¿quién no siente el anhelo de un partido político, un partido cariñoso que le dé un distrito así como le daría un caldo la tierna esposa? Al salir a la calle y coger su sombrero, su bastón y sus guantes, uno tiene estos días la sensación de que le falta algo todavía, y lo que le falta es un distrito.
Muy estiradito siempre, eso sí; muy atento a sus guantes, a su corbata, a su pie pequeño, resultaba grato a las damas, sin interesar a ninguna; tolerable para los hombres, algunos de los cuales verdaderamente le estimaban.
Este no quedó menos asombrado reconociendo á Alicia en aquella mujer; una Alicia que vestía una bata lujosa, pero vieja, con guantes ajados en las manos y un velo arrollado en torno de sus cabellos. ¡Tú!... ¡eres tu! exclamó ella . ¡Qué miedo me has dado!... Luego fué tranquilizándose, y sonrió á Miguel mientras éste murmuraba excusas.
A lo que una voz alegre y limpia contestaba así con un ligero acento provincial: Perdóneme, he querido, para honrar mejor su casa, estrenar un vestido nuevo y la modista no me lo ha traído sino hasta ahora mismo... cuando ya comenzaba a enfadarme. En aquel mismo instante abríase de par en par la puerta del comedor y un criado con guantes blancos y casaca negra decía así: «La señora está servida».
Y mientras le abrochaba, la dama, sin quitarse los guantes, el botón del cuello, don Víctor comenzó a darle cuenta de sus propósitos irrevocables de distraer a su mujer.... Mi programa es este. Y se lo expuso c por b.
Se miraba con admiración el sombrero, los anteojos, el baúl, los guantes, la cosa más diminuta que venía de París. Se tocaba, se manoseaba, y todavía parecía imposible. ¡Ha ido a París, ha vuelto de París! ¡Jesús! Los tiempos han cambiado extraordinariamente: dos emigraciones numerosas han enseñado a todo el mundo el camino de París y Londres.
Palabra del Dia
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