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Actualizado: 7 de junio de 2025
Doña Luisa visitó diariamente el taller, como una buena madre que cuida del bienestar de su hijo para que trabaje mejor. Ella misma, quitándose los guantes, vaciaba los platillos de bronce repletos de colillas de cigarro y borraba en muebles y alfombras la ceniza caída de las pipas.
Vaya, vaya con este perdis decía D. Baldomero mirando mucho a su amigo y pariente y no atreviéndose a decir que le encontraba muy desmejorado . Siempre tan extranjerote. No quiere nada con nosotros dijo Barbarita, examinándole la ropa . Mira, mira que levita gris cerrada... y botines blancos... Pero, Manolo, ¡qué zapatones usan por allá! Esos guantes pasarían aquí por guantes de cochero.
No quise llamar a Matilde; pero espié sus pasos, y, cuando la vi en el patio, salí de mi cuarto metiéndome los guantes y me hice el encontradizo. ¿Va usted a dar un paseíto? me preguntó como si nos tratásemos hacía años. Voy a ver un poco las calles hasta la hora de comer... ¿Usted sabe dónde está un convento que se llama, según creo, del Corazón de María? le pregunté afectando gran indiferencia.
Otra cosa que le gustaba muchísimo era almorzar en los restaurantes. Eso de entrar cada día en sitio distinto, sentarnos a una mesa entre otra porción de ellas ocupadas, quitarse el sombrero y los guantes y hacer con gran detenimiento la elección de los platos entre los más apetitosos de la lista, constituía para ella un placer muy vivo.
Sea que hubiese gastado en menos de tres años toda su energía, sea que la vida fácil de París le retuviera con un atractivo irresistible, es lo cierto que durante diez años su único trabajo fue pasear sus caballos por el Bosque y exhibir sus guantes amarillos en el foyer de la Opera.
El segundo período, que dura tres años, comprende desde «la mantilla de velo» hasta «los guantes». La vista de tal ornamento en las manos grandes y coloradas de la ex cigarrera produjo una excitación indescriptible en el elemento femenino del vecindario. En las calles, en la iglesia, en las visitas, las señoras se saludaban preguntando: ¿Ha visto usted?... Sí, sí, ya he visto.
El padre de Magdalena, antes de responder, se quitó con calma los guantes, dejó el sombrero sobre una butaca, y sólo entonces rompió el glacial silencio que tuvo un rato en tortura a nuestros dos jóvenes, para decir con acritud: ¡Ya estás aquí otra vez, Amaury! ¡A fe mía que vas a hacer un gran diplomático si sigues estudiando la política en los tocadores y las necesidades y los intereses de tu país viendo bordar a las niñas!
Por todo arreo llevaba Nieves una túnica lisa de color de barquillo, muy ajustada al airoso talle, y un sombrerito de paja del tono del vestido, de los guantes y de la sombrilla; y por todo adorno del traje, dos toques o notas verde mar: una en el sombrero y otra en la cintura.
La verdad se encubre en vano; Que como al que ayer traía 2360 Guantes de ámbar, otro día, Le quedó oliendo la mano; Así, quien señora fué, Trae aquel olor consigo, Aunque del ámbar que digo, 2365 Reliquias muestre por fe. DO
Los guantes de cabritilla son coetáneos de la escarapela en los señores de los pescantes y el clat en los señores de los salones. Antes en Manila se conocía al dueño de un coche por su cara, hoy se le conoce por su cochero, que viene á ser el alias ó seudónimo da su amo ... ¡Manila progresa!
Palabra del Dia
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