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Quién llevaba un terno de franela blanca como el ampo de la nieve con guantes y sombrero negros; quién lo lucía de color de lagarto con un sombrerito azul de alas microscópicas; quién, por fin, había creído oportuno vestirse de tricot negro con guantes, botines y sombrero blancos.

Un día fué Ester á la morada del Gobernador Bellingham á llevarle un par de guantes que había ribeteado y bordado por orden suya, y que debía de usar en cierta ceremonia oficial, porque si bien no desempeñaba ya el alto puesto de antes, aun ocupaba un destino honroso é influyente en la magistratura colonial.

Cuando llegaron las siete y media de la noche, me vestí aquella famosa larga levita que tanto odiaba Gloria, pero que juzgué muy del caso en estas circunstancias. Púseme el sombrero de copa alta y una chalina severa de raso negro, y metiéndome los guantes salí de casa y me dirigí con todo el aspecto de un embajador a la morada de mi futura suegra.

Dos ó tres mas cuidadosos de sus personas traían paraguas abiertos; otros dos bajaban armados de grandes anteojos de larga vista, y los demas, completamente dandys, empuñaban flexibles bastoncitos fashionables, con las manos finamente cubiertas con guantes amarillos de cabritilla.

Nadie osaba, en su presencia, hacer burla de los cuellos ni de los guiños de Ramoncito. Eran poco más de las cuatro cuando entrambos salvajes salieron del club abrochándose los guantes. A la puerta estaba la charrette de Castro, que éste despidió dando hora al cochero para el paseo. Antes debía hacer una visita a ruego de Ramoncito.

Yo le pregunté que por qué no se los ponía y dijo que por ser entrambos de una mano, que era treta para tener guantes.

La inglesa corrió a la estancia que Amaury le indicaba con la mano mientras que Antoñita le preguntaba: ¿Y usted por qué no entra? Porque me han cerrado la puerta y me han echado de esta casa. ¿Quién? ¡El! ¡el padre de Magdalena! Y tomando el sombrero y los guantes, Amaury huyó como un loco del palacio de Avrigny. Cuando Amaury entró en su casa encontró a un amigo que le estaba aguardando.

Y a pesar de su odio contra la civilización europea y a pesar de su vida y hábitos de gaucho, se allanaba y se resignaba, con naturalidad y sin esfuerzo, a aparecer, en la vida y trato de las ciudades, como un caballero atildado, pulcro y bien vestido, ya de frac, ya de levita, a la última moda, con botas de charol, y por las noches con corbata blanca y guantes amarillos o lilas.

Aquí había llamado su atención un personaje de ademanes majestuosos y aspecto excesivamente brillante, con sombrero hongo, pero de seda gris bien peinada, gabán de color de miel con bocamangas de terciopelo del mismo tono y guantes y zapatos blancos.

En lo que se había adelantado a su tiempo era en los pantalones, porque los traía muy cortos. Siempre llevaba guantes, hiciera calor o frío, fuesen oportunos o no. Para él siempre había el guante sido el distintivo de la finura, como decía, del señorío, según decía también. Además, le sudaban las manos. Aborrecía lo que olía a plebe. Los republicanitos tenían en él un enemigo formidable.