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Actualizado: 10 de junio de 2025
¿Existirá una lógica, una armonía dentro de la absurdidad de la borrachera? Poe, haciendo eses por las calles de Nueva York la mañana que se publicó El Cuervo, era un montón abyecto de carne, un borracho grotesco; pero ¿qué maravillosas creaciones se forjaban en su laboratorio interior?
»Sin verme en ningún espejo, me veía yo en mi imaginación, y yo mismo me daba grima, no por lo criminal, sino por lo grotesco. Tan chiquituelo, tan feo, tan valetudinario y tan canijo; empleadillo de última clase... ¿qué derecho tenía yo a las grandes pasiones? Yo era un Otelo de sainete. »Iba conteniendo la respiración... de puntillas... lleno de miedo de que mi mujer despertase.
Todo aquello, que había podido ser trágico, se había convertido en una aventura cómica, ridícula, y el remordimiento de lo grotesco empezó a pincharle el cerebro con botonazos de jaqueca.... Por fortuna don Víctor, según observó también De Pas, no estaba para atender a la vergüenza de los demás, pensaba en la suya; se había puesto también muy colorado.
La manía de adquirir todo lo barato daba a la casa un tono grotesco. Sobre la puerta de la escalera destacábase una testa de toro disecada, con unas astas que daban frío.
Daba su palabra de honor... Y en la confusión de su excitado deseo, sin saber ciertamente lo que decía, sin darse cuenta de lo grotesco de sus juramentos, buscó nuevos testigos, nuevos fiadores... Prometía respetarla por lo que amara ella más en el mundo, por todo lo que venerase él con mayor admiración. Te lo juro... ¡por Wagner! Te lo juro... ¡por Víctor Hugo!
Durante la lectura había sacado D. Pedro la espada, y todas las frases fuertes las acompañaba de tajos, mandobles y cuchilladas en el aire, volteando el arma por encima de su cabeza, lo cual remató el grotesco papel que estaba haciendo.
Pase por tu suegro y tu suegra, pero lo que es ése me lo tienes que dejar entre las uñas. En todos los días de mi vida he conocido un ser más pedante y grotesco. ¡Es un infame! ¿Cómo infame? exclamó asustado. Sí, cuando la tontería llega a cierto límite degenera en infamia. Creo haberlo leído en Santo Tomás. Pues Adolfo estudia mucho: se pasa la vida entre libros.
Y seguían detrás las dansetes, escuadrones de pillería disfrazada con mugrientos trajes de turcos y catalanes, indios y valencianos, sonando roncos panderos e iniciando pasos de baile; las banderas de los gremios, trapos gloriosos con cuatro siglos de vida, pendones guerreros de la revolucionaria menestralía del siglo xvi; la sacra leyenda, tan confusa como conmovedora, de la huida a Egipto; los Pecados capitales, con estrambóticos trajes de puntas y colorines, como bufones de la Edad Media, y al frente de ellos la Virtud, bautizada con el estrambótico nombre de la Moma; los Reyes Magos, haciendo prodigios de equitación; heraldos a caballo; jardineros municipales a pie, con grandes ramos; carrozas triunfales, todo revuelto, trajes y gestos, como un grotesco desfile de Carnaval, y alegrado por el vivo gangueo de las dulzainas, el redoble de los tamboriles y el marcial pasacalle de las bandas.
Es absurdo y es grotesco el ser un proletario de levita... Hace varios años, el dueño de un periódico donde yo solía colaborar desde París, me envió una carta diciéndome: «El periódico marcha muy bien. Tenemos un gran prestigio. Nuestras opiniones son acogidas con respeto en las altas esferas. Hemos conquistado al público de levita; pero esto no basta.
Colgaban sobre su pecho dos botellas de vino unidas en forma de gemelos, y al detenerse entre mesa y mesa, echaba mano a este grotesco instrumento, y con los ojos puestos en los golletes exploraba el comedor, como si buscase a alguien. ¡Capitán!... ¿Dónde está el capitán? preguntaba con voz ronca.
Palabra del Dia
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