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Actualizado: 7 de julio de 2025


Otras veces creían hallarse junto a las Indias, y una estima más exacta de las leguas corridas les hacía ver con terror que estaban aún en mitad del camino, con las provisiones agotadas, y lo que era más horrible, con sólo unos barriles de agua. Los hombres querían matar, enloquecidos por la sed; las mujeres, de rodillas, enseñaban a sus pequeñuelos, pidiendo por caridad unas gotas de líquido.

Su rostro estaba horriblemente pálido, las órbitas de sus ojos se oscurecían, y en sus labios primero, luego en su pañuelo y por fin sobre el blanco cubrecama aparecieron unas gotas de sangre.

Cuando la ama de llaves entró con el café, encontró a su amo sentado como una mole inerte en un ángulo del sofá, con la frente cubierta de gruesas gotas de sudor y mirando fijamente con sus ojos apagados el papel que sus manos estrujaban todavía con un apretón casi convulsivo. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Señor doctor! exclamó la anciana dejando caer con estrépito la bandeja sobre la mesa.

Alguien tiraba de sus zapatos... Buceó en la oscuridad, sorbiendo agua, inerte, sin fuerzas, pero sin saber cómo, volvió otra vez a la superficie. Ahora las estrellas eran negras, más negras que el cielo, destacándose como gotas de tinta. Se acabó. Esta vez se iba al fondo de veras: su cuerpo era de plomo.

Hubo que obedecer. Se miró, hizo un esfuerzo violentísimo por sobreponerse a la impresión que debió de sufrir, y luego inclinó la cabeza sobre el pecho, mientras por las mejillas le caían dos lagrimones que no podían resbalar como antes sobre la tersura de la piel, sino que fueron cayendo de hueco en hueco y de hoyo en hoyo como gotas de agua arrojadas contra arena dura. ¡Qué escena tan triste!

Algunas gotas de sudor le rodaban por la frente; sus luengas barbas negras y ásperas barrían como una escoba la mesa cuando bajaba hacia ella la cabeza para invitar dulcemente a Fernández a que se explicase mejor; sus ojos encarnizados rodaban por las órbitas con inquietud y ansiedad. Al fin se decidió a preguntar: ¿Y mis hijastros? Muerte dijo la mesa.

En la mayor parte de los otros casos, en aquellos especialmente en que predomina el elemento nervioso, conviene atenerse á una de las primeras atenuaciones, por ejemplo, una gota de la tercera dilucion en agua. El jarabe de ambar gris se prepara magistralmente, segun la necesidad, en la proporcion de dos á diez gotas de la tintura por onza de jarabe de azúcar. § I. Historia.

El único que le acechaba los pasos, esperando impaciente el momento oportuno de acometerle, era aquel fantasma pálido y hediondo que se le había aparecido al arrojar algunas gotas de sangre por la boca.

Para la Comadreja el desenlace de la romería fue delicioso: comenzaron a llover gotas anchas cuando ya se aproximaba la noche, y vino el capitán mercante a ofrecerle el brazo y un paraguas.

1168 La sangre que se redama no se olvida hasta la muerte; la impresión es de tal suerte, que, a mi pesar, no lo niego, cai como gotas de juego en la alma dei que la vierte. 1169 Es siempre, en toda ocasión, el trago el pior enemigo; con cariño se los digo, recuérdenlo con cuidado: aquel que ofiende embriagado merece doble castigo.

Palabra del Dia

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