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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Los hubiéramos visto cuando sacamos el lastre. A poco se golpeó la frente y palideció. ¡Gran Dios! murmuró. ¿Qué tienes, tío? le preguntaron Hans y Cornelio. ¡Van-Horn! gritó el Capitán, en lugar de responder . ¿Te parece que el junco conserva el mismo nivel? ¿Qué queréis decir, señor? preguntó el marino. Te pregunto si te parece que conserva, siempre el mismo desplazamiento.
Era, pues, necesario, buscar a otro asesino. Interrogaron a le Tas, pero no pudieron obtener nada. De pronto se golpeó en la frente diciendo: ¡Bestia de mí! ¡es él! ¡El miserable! ¡Le haré despellejar vivo! pero, ¿para qué? Ya hablará. Enterrad a mi señora, echadme a mí a la basura y él que se vaya al diablo.
No palideció, por ser esto cosa impropia de la inanimada sustancia de los pergaminos; pero abrió los ojos, y empuñando el brazo de su sobrina, le golpeó el codo contra la mesa, y le dijo con ira: «¿De dónde has sacado esas andróminas? ¿Quién te ha metido esa estopa en la cabeza? Mi tío el Canónigo. Me parece a mí que tu tío el Canónigo...
Cuando Marta entró en la sala, vaciló un instante, pero luego, armándose de valor, golpeó suavemente a la puerta de la pieza. Entrad respondió una voz en tono seco. La señora de Bruinsteen estaba sentada en un sillón. Sus ojos inflamados parecían lanzar relámpagos; tenía, sin embargo, una sonrisa en los labios, una expresión de alegría sarcástica y triunfante.
Llegado ante la puerta, advirtió en el suelo la mascarilla negra de Gonzalo; cogiéndola con presteza se la puso en el rostro. Golpeó tres veces y luego otras dos con los nudillos. El paño de la capa desprendía afeminado perfume. Su espíritu comenzó a divagar. Vio y dejó de ver varias veces una almohada de Aixa engalanada con hilo de oro y piedras preciosas.
Un grito: "¡Dios mío! mi tía!" se oyó en el interior del coche; pero la portezuela golpeó, vigorosamente atraída, y el ruido de las ruedas ahogó el resto de las quejas de Herminia. En el salón de baile los invitados se removían con ardor. Mauricio sacó su reloj y vió que eran las once y media. Hacía algunos momentos ya que Herminia había desaparecido.
Doña María se llevó las manos a la cabeza; D.ª María cerró los ojos; D.ª María golpeó el suelo con su pie derecho; D.ª María semejaba la imponente imagen de la Tradición aplastando la hidra revolucionaria. Esta mañana me preguntaron si yo tenía hermanas guapas.
La cabeza de la muerta se deslizó y golpeó el suelo... ¡Roberto, hijo mío! gritó el anciano precipitándose hacia él. Este, con los ojos muy abiertos, paseaba en su derredor una mirada vidriosa; parecía no haber vuelto en sí todavía. De repente descubrió uno de los brazos de Olga que, en el momento en que el cuerpo resbalaba hacia un lado, se había atravesado sobre su pecho.
Doña Clara no tuvo paciencia para que el alcaide acabase de abrir. Golpeó con su pequeña mano la puerta, y dijo con toda la fuerza de sus pulmones y toda la alegría de su alma: ¡Juan! ¡Juan! ¡Clara de mi alma! gritó desde adentro el joven. Sin duda ninguna son marido y mujer, cuando se tratan así delante de gentes dijo el alcaide acabando de abrir.
Entró en el jardín por una abertura de la cerca, se aproximó a una pequeña ventana, golpeó en ella misteriosamente y dijo con la voz pegada a los vidrios: ¡Catalina! ¡Catalina! Abrióse la puerta. ¿Sois vos, Marta? dijo la mujer del guardabosque, sorprendida ¡Dios mío! ¡y todavía es de noche! ¿Qué es lo que os pasa? Apresuraos, venid pronto; tengo que hablaros en seguida balbuceó el aya.
Palabra del Dia
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