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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Iban asimismo un caballero de edad media, barba gris y voz de sochantre, llamado D. Dionisio, y un jovencito sonrosado, de fisonomía dulce e interesante que respondía por Godofredo Llot. D. Laureano no daba señales de recordar el compromiso contraído.
La prendera quedó suspensa; vaciló un momento, pero viendo aquel rostro infantil cubierto de rubor, viendo sus ojos azules y límpidos como los de un querubín resplandecientes de gratitud, le entregó la mano sonriendo de la humildad y la inocencia de aquel niño. ¡Qué cordero de Dios! murmuró la buena mujer mientras sentía su mano mojada por las lágrimas de Godofredo.
¿Pues de quién han de ser, farsante, sino mías? ¿Por ventura no soy yo Hugo de Clinton, descendiente de Godofredo y de todos los señores que ha tenido Munster por más de trescientos años? ¿Pretendes disputármelo, falderillo? Pero no, que tú eres de una raza tan perezosa para trabajar como cobarde para habértelas con un hombre. ¡Huye ó te estrello!
Cada vez más triste y confuso, Mario se levantó al fin y se despidió fríamente. Godofredo le acompañó hasta la puerta de la escalera. Puedes creerme, Mario; me ha costado muchas lágrimas el obedecerle. Si no fuese por el cumplimiento de mi deber, jamás hubiera renunciado a la dicha de contraer matrimonio con tu cuñada.
Aquí y allá había colgadas algunas estampas piadosas. Mario creía percibir el olor del incienso. Al llegar a cierta puertecita adornada con una cortina de cuero, como sólo se ve en las iglesias, una de las viejas llamó con los nudillos. ¿Se puede? Adelante respondió de adentro una voz que no era la de Godofredo. La vieja levantó el pestillo y empujó la puerta.
Recientemente el prelado doméstico había hecho un viaje a Roma, y trajo para su amigo nada menos que un título de hijo predilecto de la Iglesia. Godofredo estaba loco de alegría. Decía que no cambiaría aquella distinción por la cartera de ministro. D.ª Carolina lloró de gozo y le abrazó con efusión al saber la noticia. Presentación se ruborizó de placer.
Miguel Rivera se había ido. En su lugar estaba Godofredo Llot.
Presentación, cansada de hacer víctimas en el comercio, sintió el encanto de aquel estilo florido, y le amó. D.ª Carolina se inflamó casi al mismo tiempo de amor maternal hacia él. Las relaciones de Godofredo siguieron las mismas etapas que las de Mario. Fue presentado en el café. ¡Qué rubor tiñó sus mejillas nacaradas!
Godofredo siguió acudiendo a casa de su novia. El matrimonio parecía definitivamente concertado.
¡Valor, Godofredo! ¡Valor, hijo de mi corazón! exclamó la prendera. Pero la buena mujer estaba tan necesitada como él mismo. No bien pronunció estas palabras tuvo que sacar el pañuelo para secarse las lágrimas. Ambos permanecieron silenciosos bastante rato. Al fin aquélla, enjugándose bien los ojos y sonándose con estrépito, dijo: Pero ¿cómo fue eso, hijo querido? ¡Explíquemelo! ¿Cómo fue?...
Palabra del Dia
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