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Actualizado: 8 de junio de 2025


Moreno correspondió con agrado a este saludo, pero empezando a cultivar la nota humorística, repuso: Pues nosotros al entrar en la iglesia casi teníamos la seguridad de hallarte en ella. Godofredo no hizo caso y les presentó a los clérigos con quienes se hallaba. D. Pantaleón estuvo digno y cortés.

Así se lo digo muchas veces a la gazmoñita de mi sobrina, que hace melindres al vidriero de la esquina... Ahora, si usted me pregunta mi sentir, le diré que el que más me gusta de esa cuadrilla que se sienta en el rincón es aquel muchacho rubio que llaman Godofredo. No es que tenga que decir ni pensar nada malo de éste.

Godofredo se mostraba hacia ella atento y respetuoso, como pocos hijos suelen estarlo con sus madres. Al llegar a una estrecha travesía la anticuaria se detuvo, avanzó algunos pasos por ella y, protegida de la obscuridad, sacó su portamonedas y le entregó la cantidad del pico en billetes.

Era necesario arrancar el consentimiento de Sánchez, un hombre severo, intratable; ella intercedería; haría cuanto estuviese en su mano, etc., etc. Con esto el deseo de Godofredo se encendió más y más, y no paró hasta que lo puso en vía de ejecución. Pero, como joven virtuoso y timorato, quiso dar a este asunto la solemnidad debida, haciendo intervenir en él un representante de la religión.

Mario quedó sorprendido. ¡Ah! ¿De modo que porque Godofredo tiene un porvenir brillante está exento de cumplir sus palabras? ¡Eso es! replicó el padre Laguardia, sonriendo de igual modo insolente. Levantó un poco los pies para mecerse y chupó el cigarro con voluptuosidad.

Constantino, Clovis, Santa Genoveva, Carlomagno, Godofredo, Juana de Arco, reyes, héroes, Napoleon, el cardenal Gonsalvi; razas distintas, gustos diversos, diversos caractéres, civilizaciones contrarias: todo está revuelto y mezclado aquí, como se mezclan en un nicho las cenizas de varios difuntos.

Así, cuando aparece un joven como Llot, que a un corazón puro y a una piedad ardiente une el talento, la ilustración, la elocuencia... ¡Padre, por Dios! exclamó Godofredo angustiosamente.

La hermosa Alfreda es otro drama, que participa de las bellezas y defectos de los mencionados. El rey Federico, enamorado de la princesa Alfreda de Cleves por haber visto un retrato suyo, encarga al conde Godofredo que se encamine á Cleves, y que pida á la Princesa para esposa suya, en caso de encontrarla tan bella como aparece en su retrato.

Pero aquél se negó a este paso ridículo. Afortunadamente el matrimonio de su niña avanzaba rápidamente hacia su consumación, y muy pronto quedarían libres de tan enfadosa mosca. Godofredo había insinuado ya varias veces su casto deseo. D.ª Carolina le presentó al instante las consabidas dificultades.

Parecía que iba a saltar la sangre de sus tersas mejillas. A la prendera le hacía extremada gracia aquel rubor: para gozar más de él le mortificó todavía algún tiempo. Al fin echó mano al portamonedas. Pero Godofredo la detuvo dirigiendo una mirada de susto a la mesa de sus antiguos amigos. No; aquí no, señora. Hay muchos curiosos. ¿Quiere usted salir a la calle un momento? Con mucho gusto.

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