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Actualizado: 9 de octubre de 2025


»No obstante, tu Magdalena ha crecido, su espíritu se ilustra, su imaginación se ensancha y te entiende cuando le hablas de los poetas, de los campos, de Dios Todopoderoso. Empieza a quererle de otro modo que por el solo instinto, y empieza a oírse a su paso un lisonjero rumor de alabanzas que su hermosura y gentileza arrancan a quien le ve.

Porque, como tengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y en sus corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona; que, puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gentileza era tanta, que bastaba a darse a conocer a la mesma rusticidad.

Con este favor, pronto subió Mutileder a capitán de una compañía de filisteos, rubios casi tanto como él, y que formaban parte de la guardia real. Lo que no pudo conseguir fue ver a Echeloría. ¿Quién sabe si la misma gentileza de Mutileder sería óbice para que entrase él en el número de los sesenta, no hiciera el diablo que inquietase a las damas en vez de aquietarlas?

Y te amo mas que á las hermosas flores Cuyo grato perfume nos embriaga, Mas que á la brisa que la frente halaga Del estío en los cálidos rigores. Yo te amo, por tu gracia y gentileza, Por tus ojos azules como el cielo, Por tus cabellos que cual aureo velo, Tiendes sobre tu angélica cabeza.

Allí lucía de nuevo su primor y gentileza Quino, el más prudente y astuto de los hijos de Laviana. Su pareja ya no era Telva, como la noche anterior, sino Eladia. Con este arte maligno de tira y afloja tenía á las dos zagalas rendidas, deshechas de amor. Pero en aquel instante más que de su pareja se cuidaba de mirar con recelo la actitud de los de Lorío.

ABIND. Beso tus pies mil veces, gran Narváez; Que harás en eso, aunque es hazaña tuya, La mayor gentileza que en el mundo Ha hecho caballero generoso. NARV. ¡Ah, hidalgos! PÁEZ. ¿Qué nos mandas? NARV. Este preso. Señores, si gustáis de darme, quiero Salir por fiador de su rescate. PER. Haced, señor, de todo a vuestro gusto. NARV. Dadme esa mano diestra, Abindarráez. ABIND. Tomad, señor.

Los Valcárcel, oriundos de la montaña, habían bajado a las villas de las vegas y de la llanura a procurarse vida más holgada y muelle, y por todo recurso acudían al expediente de buscar matrimonios de ventaja, seduciendo a los ricachos de pueblo con pergaminos y escudos de piedra labrada, allá en los caserones de los vericuetos, y a las tiernas doncellas con las buenas figuras de arrogante vigor y señoril gentileza que abundaban en la familia.

Paso a paso, fuerza y bríos fué mi espíritu cobrando: «Caballero dije o dama: mil perdones os demando; mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza me vinisteis a llamar, y con tal delicadeza y tan tímida constancia os pusisteis a tocar que no » dije y las puertas abrí al punto de mi estancia; ¡sombras sólo y... nada más!

¿Bardas de corral se te antojaron aquéllas, Sancho -dijo don Quijote-, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías o corredores, o lonjas, o como las llaman, de ricos y reales palacios. -Todo pudo ser -respondió Sancho-, pero a bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.

Era una mujercita delicada, de complexión casi enfermiza, sin rasgos enérgicos de belleza con que atraer y dominar: su rostro carecía de expresión y su cuerpo de gentileza: sus posturas eran lánguidas, como si todo su organismo estuviera sometido a la impasibilidad de un temperamento ingénitamente casto, reflejo de un alma privada de inspirar pasiones e incapaz de sentirlas.

Palabra del Dia

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