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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
¡Qué suerte! dijo Francisca interesada. ¿Hay, pues, personas que me aprecian?... Esto me hará encontrar una novedad después de mi querida mamá. Genoveva, léenos esas cartas dijo la de Ribert a su hija. Francisca va en seguida a saber a qué atenerse... ¡Qué! exclamó Francisca; si se trata de una reprimenda, me tapo los oídos; para esa ingrata tarea, basta con mi madre...
El tiempo de echarse una falda, de ponerse los guantes y el sombrero, y Genoveva estuvo pronta a acompañarme a casa de la abuela, que se quedó sorprendida de nuestra entrada repentina. Costole mil trabajos ponerse al corriente de lo que queríamos y empezó por llenarse de indignación en cuanto supo poco más o menos de lo que se trataba.
El único ser del sexo de Genoveva Sal que quedaba en el campamento en condiciones de maternidad, era una borrica. Suscitose breve debate respecto a las cualidades de semejante nodriza, pero se sometió a la prueba, menos problemática que el antiguo tratamiento de Rómulo y Remo y al parecer tan satisfactoria. Disponiendo todos estos adminículos, se pasó todavía otra hora.
Genoveva, en cambio, aquella noche estaba más embebida en la calceta que nunca, entreverando, sin duda, por sus puntos, una muchedumbre de consideraciones más o menos filosóficas que la obligaban tal vez que otra a dar con la frente en las manos, lo mismo que cuando se dormita. Por último, la señorita decidiose a romper el silencio.
Aquellos estudiantes que le prestaban volúmenes o le indicaban los autores que debía buscar en sus horas libres en la biblioteca de la montaña de Santa Genoveva, reían como paganos ante sus exaltadas afirmaciones de antiguo seminarista. Durante dos años, el joven Luna no hizo otra cosa que leer.
Ese asunto le es a usted antipático y voy a tratar de reemplazar a usted. Creo continuó, mirando a la Sarcicourt, que una de las primeras razones que impulsan al celibato es la abnegación. ¡La abnegación! exclamó la Roubinet con todo el ardor de una persona que nunca ha sabido lo que es eso. ¡Qué poesía en ese motivo!... ¡Qué suavidad!... Hay muchos géneros de abnegación hizo observar Genoveva.
Al amanecer del día siguiente, tuvo Genoveva Sal la ruda sepultura que podía darle Campo Rodrigo; después, cuando su cuerpo hubo sido devuelto al seno del monte, celebrose una reunión formal en el campamento para discutir lo que debería hacerse con su hijo, recayendo el acuerdo unánime y entusiasta de adoptarlo.
Tu abuela se va a enfadar y no me atrevo a ser yo la que haga semejante petición. Anda Genoveva, te lo suplico dije abrazándola. La abuela te lo concederá todo... Sabe que eres tan buena y razonable... ¿Qué hago? preguntó Genoveva a su madre. ¿Debo arriesgarme? Sí respondió la de Ribert. Bien puedes hacer eso por Magdalena.
Gracias, señor cura, gracias de todo corazón exclamé con un intenso acento de triunfo. Calma, calma... dijo el cura. Si su cerebro de usted se pone en ebullición, retiro el permiso... Una dulce sonrisa de Genoveva le tranquilizó. Y nos fuimos rápidamente a casa. Celestina tuvo mil trabajos para seguirnos a nuestro paso.
La de Ribert decía hablando de él: El alma hermana de usted. Genoveva iba más lejos y decía: Tu alter ego. Figúrese usted, señora, que este señor Baltet no me parece ya un extraño... Le adopto, le acaparo y hago causa común con él... De prisa vas respondió Genoveva maliciosamente. ¡Qué lástima, mamá, que el señor Baltet y Magdalena no se conozcan!...
Palabra del Dia
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