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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
Mi madre debe de tener algo sobre eso dijo Genoveva después de reflexionar. Buscaré y te enviaré todo lo que encuentre. Le di las gracias con efusión, y como se hacía tarde, unos campanillazos vinieron a poner término a nuestra alegre conversación. Era que venían a buscar a mis amigas. Francisca fue todavía la que tuvo la última ocurrencia.
Encontraba algo absurdo que un simple marinero desdeñara a una muchacha como Genoveva; pero no quise discutir con Mary. Días después era la Exaltación de la Santa Cruz, y había romería en Aguiró, un monte próximo a Lúzaro. Fuimos Mary, la mujer de Recalde con su hijo y Genoveva con toda la chiquillería de Urbistondo.
Pobre señor; su vida va a ser un perpetuo viernes... Genoveva, para cambiar de conversación, nos llamó la atención sobre el paisaje de otoño que se ofrecía a nuestra vista. No, no, Genoveva, nada de poesía; nada de hojas muertas o a punto de morir... Estoy harta de eso... Hace veintitrés años que estoy contemplando las bellezas de nuestro pueblo y ya no me entusiasma la Naturaleza... Es aburrido.
Sin recoger la broma, puse en las manos de Genoveva mi recuerdo de año nuevo, que era un velillo de butaca, pintado a mano. Genoveva pareció contenta de mi trabajo, y fui dichosa al ver su placer. ¿Y las cartas? dijo la de Ribert. Pensemos en las cosas serias... Iba a abrir una cuando se presentó Francisca.
Sí dijo el cura pensativo sin ocuparse ya de los suspiros de la abuela, el individualismo es ahora una especie de contagio. Es la idea fija de muchas jóvenes... ¿Es un bien o un mal?... El porvenir lo dirá. Por el momento, se hace un pedestal a la mujer moderna sin pensar que, acaso, el individualismo llegará a ser sinónimo de egoísmo... No, señor cura respondió Genoveva con energía.
Esto es otra cosa que la máquina de vidrio, y que la baranda de Santa Genoveva. Salimos de allí, cruzamos la Plaza, llega el ómnibus, montamos en él, y á los veinte minutos nos hallábamos en la puerta de nuestra fonda. El ingeniero no quiso subir, porque tenia que continuar sus excursiones. ¡Todavía no estaba satisfecho, cuando yo tendré que hacer cama por la batahola del Panteon!
Una noche, después de recogida la familia y los criados, se hallaban ambas en el gabinete de la torre. María leía a la luz del quinqué de bomba esmerilada, mientras Genoveva, sentada en otra silla, frente a ella, se ocupaba en hacer calceta.
Además, la aterraban demasiado: no pocas veces le habían quitado el sueño, y hasta en algunas ocasiones pidió a Genoveva que se acostase a su lado porque se moría de miedo. Después de haber agotado la librería de don Serapio, pidió a una de las señoritas de Delgado que le abriese la suya, que tenía fama de hallarse ricamente abastecida.
Calla, calla, Genoveva, no digas eso; no soy más que una miserable pecadora; mucho más miserable de lo que tú te figuras.
Luego, tomando a Genoveva de la mano, la atrajo un poco hacia la mesa donde estaba la imagen del Salvador. Aquí ha de ser..., hincada de rodillas delante de Nuestro Señor. La voz se le anudaba en la garganta. Estaba pálida.
Palabra del Dia
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