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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
Apenas entró en el salón, iluminado por un lindo rayo de sol, que aureolaban los primeros fuegos del hogar en un dulce resplandor, cuando llegaron también la de Ribert y Genoveva para informarse del resultado de mis lecturas. La abuela no reanuda sus días de recibir hasta noviembre, pero acoge con gusto a las personas de nuestra intimidad que se presentan.
Su cuerpo estaba nervioso, a juzgar por los crujidos que dejaba escapar la silla. De vez en cuando fijaba en Genoveva una larga mirada en que se vislumbraba un deseo inquieto y temeroso y cierta lucha interior con algún pensamiento que la preocupaba.
¿Y quisieras conocer a esa alma hermana? preguntó con curiosidad Genoveva sonriendo. Puede ser dije sintiendo que me ponía colorada. Quisiera al menos saber si existe... Vean ustedes esta joven razonable que quisiera hacer un estudio del natural exclamó la de Ribert sonriendo... Después de todo añadió después de una corta vacilación, ¿por qué no?...
En realidad añadió Francisca viendo que había ido demasiado lejos, estoy hablando en broma. Me sacáis de mis casillas con vuestros gustos de celibato. Es horrible volverse un ser ridículo, malo, maldiciente y charlatán... una sobra. Yo no creo ser una sobra protestó vivamente Genoveva. Tú, puede que no concedió con generosidad Francisca, pero las demás... Dios mío, no es ese mi ideal.
Me quedé muy pensativa después de la lectura de esta carta singular que tan bien concuerda con mis ideas... Genoveva, pues, no se había engañado; existe realmente un joven que piensa como yo en esta cuestión del matrimonio... ¡Lástima que el señor Baltet viva en Bellefontaine en lugar de vivir en Aiglemont!... En fin, qué le hemos de hacer...
Pero, Celestina dijo Genoveva con una débil sonrisa, no es una perdición el casarse. Sí, señorita aseguró Celestina; en los hombres es puro vicio y en las mujeres una torpeza... ¡Bueno!... Ya está la especie humana rápidamente juzgada exclamó Petra en medio de las risas de todas. Pues bien, Celestina añadió Francisca muy seria, encuentro que tiene usted razón.
María no había logrado infundir en ella el entusiasmo místico de que se sentía poseída, porque Genoveva no era de suyo inflamable, y una ignorancia supina la ponía a cubierto de toda suerte de entusiasmos; pero había conseguido con sus actos y pláticas religiosas despertar en ella el fanatismo que duerme siempre en el fondo de las almas vulgares e ignorantes.
Por amor á lo que naciera, quiere que no sea un hombre ó una mujer que tenga que avergonzarse de su origen, y me ha suplicado que puesto que Genoveva y yo no tenemos hijos, hagamos un fingimiento de embarazo de Genoveva, y demos nuestro nombre legítimo al hijo de esa dama. »Después de esta confesión, Jerónimo me pidió consejo como hermano mayor y como sacerdote.
Mi amor a las solteronas no me impedirá, probablemente, volver a empezar dentro de poco la ceremonia de los últimos días con otro caballero. ¿No te ha curado el señor Desmaroy de esa buena voluntad? preguntó Genoveva sonriendo. No, ese señor ha respondido simplemente a la pregunta que yo había hecho al señor Boulmet. «¿Tiene corazón?» Ha resultado que tenía más del necesario, y no ha habido más.
Aquella mujer era Josefina. La visita de los Inválidos me deja sin aliento para emprender la descripcion de Santa Genoveva. Esta descripcion será la tarea de otro dia, porque no debo ser mezquino con un monumento tan espléndido. La historia de su orígen es una página bellísima de la historia del hombre, y necesito reposarme un poco.
Palabra del Dia
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