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Actualizado: 12 de noviembre de 2025
Los demás tomaron posiciones en las alturas. Se les vela subir como gatos, escalando los empinados cerros con agilidad increíble. El calor les hacía tan poca impresión como les habla hecho el frío. Tenían cara de pergamino, músculos de acero, corazón de piedra y sesos de algodón, que ni el sol derretía ni el pensamiento inflamaba jamás.
¡Zopenco! me contestó . Esto no ha sido más que una fiestecilla de pólvora, y todavía no ha empezado lo bueno. ¿Crees que no hay más franceses que esos cuatro gatos de Ligier-Belair? ¿Qué sabes tú si a estas horas Vedel, que a Andújar fué en auxilio de Dupont, habrá regresado a Bailén?
Miguel, más galante que los gatos, no sólo se dejaba tirar de los pelos con la paciencia de un mártir, pero hasta buscaba con afán las ocasiones del martirio. Con una generosidad de que hay muy pocos ejemplos en la historia, no solamente perdonaba a su hermanita sus feroces caricias, sino también los malos tratos y desabrimientos que por causa de ella estaba obligado a padecer.
Y, volviéndose a los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchas cuchilladas; ellos acudieron a la reja, y por allí se salieron, aunque uno, viéndose tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó al rostro y le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor don Quijote comenzó a dar los mayores gritos que pudo.
Al abrirse la puerta levantó la cabeza, y sus ojos verdosos con puntos amarillos, como los de los gatos, se clavaron en el sacerdote con una curiosidad que llegó a ser insolente por el acto de no levantarse más que a medias del sillón ni hacer siquiera una inclinación de cabeza.
¿Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!
Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿Qué es lo que hace? ¡Pecador soy yo a Dios!
Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas.
No; tengo familia allá en mi casita de las afueras de Barcelona; una familia que no da disgustos: un perro, tres gatos y ocho gallinas. No entienden a las personas y por eso me respetan, me quieren como si yo fuera un hombre igual a los demás. Envejecen tranquilamente a mi lado. Nunca se me ha ocurrido matar una gallina: me desmayo viendo correr la sangre.
Sentábanse a una mesa hasta cinco caballeros. Yo miré lo primero por los gatos, y como no los vi, pregunté que cómo no los había a un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó a enternecerse, y dijo: ¿Cómo gatos? Pues ¿quién os ha dicho a vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias?
Palabra del Dia
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