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El canal termina entre manglares para perderse en las ondas cristalinas de la bahía, sumamente prolongada hácia el interior; la brisa del Atlántico sopla con vigor; la ancha vela del bote se desplega y flota de proa á popa; el horizonte se ensancha; las aguas toman el olor, el color y la aspereza de las aguas marinas; los remos dejan de agitarse; el tiburon persigue implacable á ejércitos de peces primorosos; las colinas de la costa se ofrecen á la vista; se siente el sordo y lejano mugido del mar; el mundo de las selvas acaba, el del abismo infinito comienza; y al fin, surcando una bahía de admirable belleza, que ensancha el corazon y da la primera nocion de la majestad del Océano, el viajero ve á Cartagena, bella, melancólica, romántica, sentada entre dos bahías, como una garza nadando en el Atlántico; y el Colombiano, el Granadino, amante de la libertad y de las glorias de un pueblo heróico, no puede menos que levantar la voz y saludar á la vieja y noble ciudad, diciéndole con el arrebato de la admiración; «Salve, gloriosa Cartagena, tierra del heroismo supremo y la abnegacion, cuna de poetas y mártires, sepulcro arrullado por las ondas, escombro de la opulencia que fué para no resucitar sino en un lejano porvenir

Temeroso mi padre del daño que pudiera causarme, me tiene prohibido cazar en toda la parte del bosque situada al norte del camino de Munster; pero esta mañana mi valiente halcón dió caza á una garza enorme y mi paje Rubín y yo olvidamos por completo el camino que seguíamos y la distancia recorrida, sin pensar más que en las peripecias de la caza.

En una vitrina, grandes abanicos abiertos evocaban modas desaparecidas y transmitían la sensación encantada de los años en que se habían usado: algunos, enormes, estaban hechos con blanca pluma de garza sobre varillas de ébano; en otros era el plumaje negro y contrastaba pomposamente con el labrado marfil; y en los menos antiguos, alguna escena de pastores se pintaba sobre la indecisión de la seda ajada.

Pude decir entonces: Nunca tuve nombre. O, si lo tuve, ya no lo tengo. Lo he perdido. Y, aunque salamandra para los órganos materiales de mi cuerpo, ¡no retoñar mi nombre! Y transformose sucesivamente en una pantera, una garza, una culebra, una mosca, una corsa... Déjate de fastidiarme con tus mutaciones le observé severamente.

La garza vive siempre en los ríos, pantanos, y en la playa son muy numerosas y de largas patas y cuello prolongado: presentan el más raro aspecto cuando se las posadas tranquilamente sobre el lomo del carabao mientras éste está pastando.

De súbito, un grito mortal se derrama; se apercibe el ruido de una lucha breve... Todos enmudecen de espanto ante el drama del que Benvenuto forjara un esmalte: la garza, una rubia marquesa de nieve, ha muerto en las garras de un vil gerifalte... Abril, 1922.

Lejos corre, seguida del crío, una potranca; Un carabao lustroso en un charco se estanca; En su lomo una garza hace una nota blanca. Un río desenrosca las eses de su tripa, Y asoman, allá en donde su curva se disipa, Las manchas trapeciales de unos techos de nipa.

Sobre la inmensa capa de verdura que presenta la prodigiosa vegetación que se extiende por un terreno desigual y accidentado, se contempla un cielo puro y trasparente, bajo cuya diáfana bóveda baten sus alas y cantan sus amores, la pintada garza, la veloz dulili y la amorosa tórtola, cuyos cantos son interrumpidos por el agorero chillido del mamoy y el estridente graznido del fanifi.

»Item, por cuanto celebraron el fénix en la academia pasada en tantos géneros de versos, y en otras muchas ocasiones lo han hecho otros, levantándole testimonios a esta ave y llamándola hija y heredera de propia y pájaro del sol, sin haberle tomado una mano ni haberla conocido si no es para servilla, ni haber ningún testigo de vista de su nido, y ser alarbe de los pájaros, pues en ninguna región ha encontrado nadie su aduar, mandamos que se ponga perpetuo silencio en su memoria, atento que es alabanza supersticiosa y pájaro de ningún provecho para nadie, pues ni sus plumas sirven en las galas cortesanas ni militares, ni nadie ha escrito con ellas, ni su voz ha dado música a ningún melancólico, ni sus pechugas alimento a ningún enfermo; que es pájaro duende, pues dicen que le hay, y no le encuentra nadie, y ave solamente para ; finalmente, sospechosa de su sangre, pues no tiene agüelo que no haya sido quemado; estando en el mundo el pájaro celeste, el cisne, el águila, que no era bobo Júpiter, pues la eligió por su embajatriz, la garza, el neblí, la paloma de Venus, el pelícano, afrenta de los miserables , y, finalmente, el capón de leche , con quien los demás son unos pícaros.

Cuando doña Luz iba por la calle, con Juana, su anciana criada, o cuando iba a la iglesia, grave, silenciosa, vestida toda de negro, con basquiña y mantilla, decían algunos mozos estudiantes, que había en el lugar, y que entendían más hondamente que los demás de estética y de otras doctrinas de amor y poesía, que doña Luz parecía una garza real, una emperatriz, una heroína de leyendas y de cuentos fantásticos; algo de peregrino y de fuera de lo que se usa; el hada Parabanú; la más egregia de las huríes.