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Actualizado: 1 de julio de 2025
Sobre las medias blancas Garabato introdujo las de seda color rosa, las únicas que quedaban visibles en el traje de torero. Luego, Gallardo metió sus pies en las zapatillas, escogiéndolas entre varios pares que Garabato había puesto sobre un cofre, todas con la suela blanca, completamente nuevas. Ahora comenzaba realmente la tarea de vestirse.
Junto a la acera aguardaba un coche tirado por cuatro mulas vistosamente enjaezadas con borlajes y cascabeles. Garabato se había izado ya en el pescante con su lío de muletas y espadas. En el interior estaban tres toreros con la capa sobre las rodillas, vistiendo trajes de colores vistosos, bordados con igual profusión que el del maestro, pero sólo de plata.
Mientras Garabato le ofrecía un vaso de agua, el matador miró a los palcos, encontrándose con los ojos de doña Sol, que le habían seguido hasta su retiro. ¡Qué pensaría de él aquella mujer! ¡Cómo reiría en compañía de su amigo, viéndole insultado por el público!... ¡Qué maldita idea la de aquella señora de venir a la corrida!...
Pasó Gallardo ante el cuarto que ocupaba Garabato, y vio a su criado por la puerta entreabierta, entre maletas y cajas, preparando el traje para la corrida. Al encontrarse solo en su pieza, sintió que se desvanecía instantáneamente la alegre excitación causada por la avalancha de admiradores.
Al fin, el matador se fijaba en ellos: «Pueen ustés retirarse.» Y la cuadrilla salía empujándose, como una escuela en libertad, mientras el maestro continuaba escuchando los elogios de los «inteligentes», sin acordarse de Garabato, que aguardaba silencioso el momento de desnudarlo.
Y todavía repitió varias veces la incompleta canción en honor de su valentía, hasta que al fin se decidió a entrar en la casa. No sentía deseos de acostarse. Adivinando su estado retardaba el momento de subir a la habitación, donde le aguardaba Carmen, tal vez despierta. Ve a dormir, Garabato. Yo tengo que hasé muchas cosas.
En el curso del viaje rotatorio, Gallardo, escrupuloso y descontentadizo en el arreglo de su persona, detenía su movimiento de traslación para retroceder dos o tres vueltas, rectificando el trabajo. No está bien decía con mal humor . ¡Mardita sea!... ¡Pon cuidao, Garabato! Después de muchos altos en el viaje, Gallardo llegó al final, llevando en la cintura toda la pieza de seda.
Un matador debe llevar bien apretados los «machos». Y Garabato, con ágil presteza, dejó convertidos en pequeños colgantes los cordones enrollados e invisibles bajo los extremos del calzón. El maestro se metió en la fina camisa de batista que le ofrecía el criado, con rizadas guirindolas en la pechera, suave y transparente como una prenda femenil.
Iba viviendo gracias a sus corretajes en el mercado de la plaza de la Cebada: viviendo nada más. Gallardo miró compasivamente su triste pelaje de pobre endomingado. Usté querrá ver la corría, ¿eh, compare?... Suba a mi cuarto y que le dé Garabato una entrada... ¡Adiós, güen mozo!... Pa que os compréis una cosilla.
El plumario, que era mozo muy socarrón y amigo de donaires, díjose para el cuello de su camisa: Al fin ha arriado bandera esta prójima y quiere parlamentar. Decididamente tengo mucho aquel y mucho garabato para las hembras, y a la que le guiño el ojo izquierdo, que es el del corazón, no le queda más recurso que darse por derrotada.
Palabra del Dia
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