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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Y si debo declarar la verdad entera, me parecía que la monja escuchaba los galanteos sin gran horror. La idea despertó en una sensación extraña en que el placer se mezclaba con el susto. Fue una sensación viva, un estremecimiento voluptuoso junto con la sorpresa, el temor, el remordimiento, que me puso inmediatamente inquieto; pero con una inquietud suave, deliciosa.

¿Y qué le dijiste? Que procurase hacer que mis ojos le pareciesen feos. Es decir... Que no quiero galanteos con el duque de Uceda. Has hecho mal, muy mal. Tus amores con el duque valen más que tus lecciones al príncipe don Felipe. Nos conviene saber lo que hace, lo que no hace, lo que piense ó deje de pensar esa gente. Has hecho mal, muy mal.

Y al cabo para mostrar mejor que no la tenía y para lograr que acabasen aquellos obstinados galanteos, concertó con la Reina el medio que le pareció más prudente. Doña Sol no podía escribir decorosamente a ninguno de los dos galanes ni para despedirlos siquiera.

Juan Montiño había oído hablar muchas veces á Quevedo, tres años antes, en ocasión en que andaba huído en Navalcarnero, por cierta muerte que había causado en riña, muchas y picantes aventuras acontecidas en la corte: sabía que la corrupción de las costumbres había llegado en ella al último límite, que las damas más principales solían verse muchas veces, á consecuencia de sus galanteos y de sus intrigas, en situaciones extraordinariamente extrañas y comprometidas; ¡pero la reina!... la lengua de Quevedo, que nada respetaba, había respetado siempre á las damas de la familia real; acaso el gran mordedor, el gran satírico, había guardado silencio por consideración, por afecto, por un galante respeto, acerca de la reina y de las infantas... pero...

Carmen no correspondió al afecto de Pablo, sea por que su educación, extremadamente recatada, la hiciese muy tímida todavía para los asuntos amorosos, sea, lo que yo creo más probable, que la asustaba la ligereza de carácter del joven, muy dado a galanteos, y que había ya tenido varias novias a quienes había dejado por los más ligeros motivos.

Una de las cómicas más aplaudidas y festejadas de los públicos de Andalucía, á fines del siglo XVIII, era Rosa Pérez, la cual dió no poco que hablar con sus galanteos, y tuvo gran número de ardientes partidarios, que en más de una ocasión riñeron por ella apasionadas disputas, tan frecuentes en aquellos tiempos entre los aficionados al teatro.

Yo os amo con toda mi alma exclamó doña Clara , os amo desde que anoche salísteis de mi aposento; os amo no cómo; como... al recuerdo de mi madre... no por qué... pero yo os amo, señor; si la casualidad no lo hubiera hecho, si el honor de la reina no lo hubiera exigido, yo no me hubiera casado con vos... sino me hubiérais aterrado... ¡Oh Dios mío...! he visto que la palabra morir no era en vos una amenaza cobarde... os he creído ver muerto... ¡Por la sangre de Jesucristo, señor! yo no lo que me habéis dado que me habéis vuelto loca... y soy vuestra, vuestra esposa, vuestra amante, vuestra esclava... vuestra y solamente vuestra, sin que tengáis que temer que yo haya amado á otro hombre, ni autorizado galanteos, ni dado esperanzas... soy vuestra con toda la alegría de mi alma... no con cuánto amor... pero no moriréis, ¿no es verdad, que no moriréis ya...? porque mi amor es vuestra vida y yo os lo entrego entero y puro y resplandeciente como el sol.

¡Qué adelantáis, don Francisco, con sacrificar una mujer más! Seríais vos la primera. Ved por qué no puedo fiarme de vos; negáis lo que todo el mundo sabe: vuestros ruidosos galanteos. Helos tenido con muchas hembras, pero tratándose de mujeres vos sois mi primera mujer. Tal vez os engañáis... tal vez yo no sea más que... como vos decís, una hembra, y harto débil y desdichada.

Unas mesas más allá, una pareja joven olvidaba los platos para estrecharse las manos por debajo del mantel y apretarse pierna contra pierna con frenética presión. Los dos sonreían mirando el paisaje y mirándose mutuamente. Tal vez eran extranjeros recién casados, tal vez amantes fugitivos que veían realizadas sus ilusiones al arrullarse en este país tantas veces evocado en sus lejanos galanteos.

Don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache y conde de Mayalde, natural de Madrid y caballero de las Ordenes de Santiago y Montesa, contaba treinta y dos años cuando Felipe III, que lo estimaba, en mucho, le nombró virrey del Perú. Los cortesanos criticaron el nombramiento, porque don Francisco sólo se había ocupado hasta entonces en escribir versos, galanteos y desafíos.

Palabra del Dia

aprietes

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