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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Y conste, por último, que la fidelidad de Novillo era absoluta; nadie le conocía otros galanteos, ni siquiera claudicaciones de amor mercenario, en una capital de provincia donde todo se sabe.
La una aceptó al instante los galanteos, por la misma razón que el otro se los dispensaba. Y con afectada libertad exhibieron sus relaciones por todas partes. Velázquez pensaba ya en proponerla que se fuera á vivir con él. Estaba en toda su fuerza el verano.
Estos galanteos me han costado algunos disgustos; pero no le guardo a usted rencor. Antes o después tenía que estallar el trueno, porque estaba resuelta a no quedarme en el convento, aunque tuviese que ir a servir de criada a una casa. Después, usted me ayudó mucho a salir con la mía, y por ello le estoy agradecida... Pero una cosa es el agradecimiento y otra el amor.
En Las mocedades del duque de Osuna constituyen su argumento los galanteos licenciosos y otros rasgos de orgullo y osadía de un joven magnate español, pintados, á la verdad, con singular animación dramática.
En suma, y sea de ello lo que se quiera, la Condesa deseaba que su hijo no consumiese la mocedad toda en galanteos y diversiones, sino que se hiciese hombre formal y de pro, y añadiese a la nobleza heredada nuevo lustre y blasones con la adquirida por su talento y demás prendas personales. Ya sabemos que el Conde había pasado el verano sin salir de Madrid. La Condesa no había salido tampoco.
Además, a una mujer agobiada, como ella, por las tristezas, le era sumamente fácil ir eslabonando, en la larga cadena de sus preocupaciones, esbozados sentimientos de todas castas; apuntar insinuaciones, conmover hasta con el acento y la actitud... Pero ¿no resultaría esto ridículamente sentimental, impropio de una mujer de su carácter y de sus precedentes, y no produciría, por tanto, el efecto contrario al que se buscaba? ¡Tendría que ver un resultado así! ¡Cabalmente era Pepe Guzmán el hombre cortado para tomar en serio esas farsas de los galanteos románticos del año treinta y siete!
Poco á poco perdonaba Babuco la codicia del asentista, que en la realidad no es ni mas ni ménos codicioso que los demas, y que es indispensable; disculpaba la locura de disipar su caudal por hacer la guerra, que era orígen de tantas bélicas proezas; y perdonaba los zelos de los literatos, entre quienes se hallaban sugetos que ilustraban el mundo: se reconciliaba con los magos ambiciosos y tramoyistas, que con pequeños vicios juntaban grandes virtudes; puesto que le quedaban no pocos escrúpulos, especialmente sobre los galanteos de las damas, y las horrendas conseqüencias que infaliblemente habian de producir, y que le llenaban de horror y sustos.
Tan triste y abatido le dejó el relato, que para confortarse un poco bebió contra su costumbre, y le hizo daño. Entre el excusador y Celesto le llevaron a casa. Por la mañana al despertarse no recordaba nada de lo que había pasado en la taberna. Pero sí recordó con terrible claridad la situación en que sus imprudentes galanteos habían colocado a la pobre Rosa.
Antes de casarse mi hija con el conde de Lemos, la había galanteado don Francisco, y ella, á la verdad, no se había mostrado muy esquiva con sus galanteos. Apenas casada, por razones de sumo interés, me vi obligado á prender á don Francisco de Quevedo y enviarle á San Marcos de León.
¿Pues no decís que en vez de gobernar soy gobernado? ¿no me habéis fulminado uno y otro romance, una y otra sátira, tan poco embozadas, que todo el mundo al leerlas ha pronunciado mi nombre? ¿no os habéis declarado mi enemigo, sin que yo haya dado ocasión á ello, como no sea en estorbar vuestros galanteos con mi hija?
Palabra del Dia
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