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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Su vanidad era doble: quería que el público tuviese a Baltasar por liberal, y que Baltasar no la tuviese a ella por mercenaria. Y Baltasar, si pagaba la gaseosa, los pastelillos, alguna vez las entradas del teatro, en lo demás se mostraba digno heredero y sucesor de doña Dolores Andeza de Sobrado. El cigarro era aromático y selecto: ¿qué le importaba al fumador el modo de elaborarlo?
Allí está el fumador sempiterno gritó el doctor con acento del más vivo cariño . ¡Carlos, Carlos! ¡Teodoro! contestó una voz en el balcón. Calló el piano, como un ave cantora que se asusta del ruido. Sonaron pasos en la casa. El doctor dio una moneda de plata a su guía y corrió hacia la puerta. La familia de piedra
Era fumador, como creo ya haberos dicho. Desde el primer día del viaje se redujo a fumar dos cigarros por día; uno por la mañana, antes de partir, y el otro por la noche, antes de acostarse. Pero una mañana la enferma le dijo: ¿No ha fumado usted? Me parece sentir el olor del tabaco. Don Diego dejó sus cigarros en la primera posada y no volvió a fumar.
Su larga nariz se encorvaba vigorosamente como el pico de un águila; tenía los ojos negros, las cejas negras, los cabellos negros y la tez del color uniforme de una naranja de Portugal. Sus dientes podían haber pasado por hermosos si no hubiesen sido tan largos y si su dueño no hubiera sido fumador.
El cigarro pateador consistió, en sus líneas elementales, en un cohete que rodeado de papel de fumar, fué colocado en el atado de cigarrillos que tío Alfonso tenía siempre en su velador, usando de ellos a la siesta. Un extremo había sido cortado a fin de que el cigarro no afectara excesivamente al fumador.
Había llegado Baltasar al mayor número de pulsaciones que determinaba en él la calentura amorosa. Su pasión, ni tierna, ni delicada, ni comedida, pero imperiosa y dominante, podía definirse gráfica y simbólicamente llamándola apetito de fumador que a toda costa aspira a fumar el más codiciadero cigarro que jamás se produjo, no ya en la Fábrica de Marineda, sino en todas las de la Península.
La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le partía el alma; se le figuraba que eran símbolo del universo, que era así, ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además, pensaba en el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer.
El banquero tomó de encima de un pequeño escritorio taraceado algunos cigarritos y se los presentó. La joven preparó uno con la destreza de un consumado fumador y lo encendió con el fósforo que el duque se apresuró a sacar. Este intentó otra vez aproximar sus labios repugnantes al hermoso rostro de la fumadora, pero fué rechazado con violencia.
Esta vez, exclamó alegremente el soldado viendo alejarse al viajero, si atrapo el cáncer del fumador, no será con colillas... Y encendiendo voluptuosamente un cigarro de banquero, continuó su interrumpida ronda de vigilancia. Hacía un calor sofocante apenas dulcificado por la brisa del mar.
El aliento me faltó, flaquearon mis rodillas; pero el fantasma despidió de sí un pequeño resplandor, semejante al que produce un fumador en una escalera tenebrosa aspirando el humo de su cigarro, y a su escasa luz reconocí brevemente a Asmodeo, héroe del Diablo Cojuelo.
Palabra del Dia
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