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Actualizado: 16 de junio de 2025
«Esto no es vivir continuó Doña Francisca agitando los brazos . Dios me perdone; pero aborrezco el mar, aunque dicen que es una de sus mejores obras. ¡No sé para qué sirve la Santa Inquisición si no convierte en cenizas esos endiablados barcos de guerra!
Rafael Benito Terongí, hermano de dicha Catalina; soltero, hijo de José Terongí, alias jelós, y de Francisca Terongí, ambos difuntos; negociante de oficio, natural y vecino de esta Ciudad, de edad de veinte y un años; preso por delitos de judaismo; estando con insignias de condenado como su hermana Catalina, se le leyó su sentencia con méritos y fue relajado a la Justicia seglar para ser abrasado vivo, con confiscación de sus bienes, por hereje, apóstata, judaizante, relapso, convicto, confeso y pertinacísimamente obstinado.
¿Si? dijo la abuela interesada. ¿Y qué respondió el señor Dumais? Papá se enfadó al principio, y cuando volvió a casa regañó a mamá diciendo que su debilidad era la causa de este nuevo incidente. Pobre señora de Dumais gimió la Sarcicourt. Es tan buena... Demasiado buena dijo la abuela entre dientes. De modo siguió diciendo más alto, que no se casa usted, Francisca...
Estoy haciendo visitas nos dijo al entrar, a todas las personas queridas, para desearles un buen año. Genoveva recibió sonriendo su entusiasta abrazo, cambiaron las dos sus regalitos, y nos pusimos a hablar al lado del claro fuego de los leños monumentales en uso en Aiglemont. ¿Vamos a leer estas cartas a Francisca? exclamó de pronto aturdidamente.
«Mujer, entra, entra murmuró desde el fondo del comedor, con voz ahogada por los sollozos la señora Doña Francisca Juárez.
Después de comer, mi amo estaba en la galería contemplando una carta de navegación, y recorría con su vacilante dedo las líneas, cuando Doña Francisca, que algo sospechaba del proyecto de escapatoria, y además ponía el grito en el Cielo siempre que sorprendía a su marido en flagrante delito de entusiasmo náutico, llegó por detrás, y abriendo los brazos exclamó: «¡Hombre de Dios!
Pero Doña Francisca, no convencida con tan endeble argumento, continuó chillando en estos términos: «No, no irás a la escuadra, porque allí no hacen falta estantiguas como tú.
¡Ah! como llegue a pasar al alcance de mi mano un pretendiente, os prevengo que salto a él y de grado o por fuerza le llevo al cura y al alcalde. ¿Aunque no te guste?... pregunté interesada. Un pretendiente gusta siempre. ¿Aunque sea feo y viejo? Me tiene sin cuidado respondió Francisca con su desenvoltura habitual. ¡Oh! dije indignada. No creo que te casaras con alguien que no te gustara...
Me acerqué de puntillas y le tapé el rostro con mi pañuelo. ¡Jesús! exclamó. ¡Qué susto me has dado! Ya vino papá... ya vino... y.... ¿Y qué? pregunté ansioso. Dice que viene por mí; que está enfermo; que señora Francisca está más chocha cada día.... En fin, que el viernes nos iremos.... Y tú... ¡contenta como una sonaja!... ¿no es verdad? ¿Contenta yo? Sí; tienes razón.
A Doña Francisca y a Ponte les asignaba pensión vitalicia, como a otros muchos parientes, con la renta de títulos de la Deuda, que constituían una de las principales riquezas del testador. Oyendo estas cosas, Frasquito se atusaba sobre la oreja los ahuecados mechones de su melena, sin darse un segundo de reposo. Doña Francisca, en verdad, no sabía lo que le pasaba: creía soñar.
Palabra del Dia
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