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Actualizado: 16 de junio de 2025
Nada habría perdido el mundo con que os hubierais quedado por allá..., en el Limbo. Venís de Tomás Rufete, y ya sé que de mala cepa no puede venir buen sarmiento. A eso voy, tía, a eso voy. Precisamente... Usted lo debe saber, como yo... Precisamente, ni yo ni mi hermano venimos de Tomás Rufete. Justo, justo; mi Francisca, mi ángel os parió por obra del Espíritu Santo, o del demonio.
El señor Dumais, a ruego de Francisca, se ha desvivido por acompañarle y enseñarle las curiosidades de la población, y, en una palabra, todos han puesto de su parte para que el arqueólogo encuentre en Aiglemont algo más que la antigüedad... ¿Ha encontrado, verdaderamente?... ¿Se lleva una impresión seria y duradera?... ¡Cómo quisiera saberlo!...
Estos eran su amor, y la casa, todo lo material de ella, la encariñaba y atraía. Menudearon las visitas. ¡Ay! la Benina no se encontraba a gusto en la casa donde a la sazón servía. En fin, que ya la tenemos otra vez en la domesticidad de Doña Francisca; y tan contenta ella, y satisfecha la señora, y los pequeñuelos locos de alegría.
Recibiré, pues, a Francisca... Qué penoso momento... Con tal de que tenga valor... 28 de marzo. He visto a Francisca y he tenido con ella una escena muy dura. La abuela me había suplicado tanto que me dominase, y tan vigorosamente me había sermoneado el padre Tomás, que estuve casi correcta. Francisca entró un poco desconcertada. Evidentemente tenía conciencia de su mala acción.
¡Ay! exclamó de pronto Francisca levantando al techo unos ojos desesperados; qué fastidioso es pasar la vida con solteronas... Veo que sigues con tan poco gusto por ese glorioso estado dijo Genoveva con compasión. Tengo tanto horror al celibato respondió Francisca, que me siento con malas disposiciones hacia las solteras... Soy capaz de todas las bajezas por atrapar un marido...
Siéntese usted aquí le dijo D. Romualdo, dando tan fuerte palmetazo en un viejo sillón de muelles, que de él se levantó espesa nube de polvo. Un momento después, habíase enterado el galán fiambre de su participación en la herencia del primo Rafael, quedándose en tal manera turulato, que hubo de beberse, para evitar un soponcio, toda el agua que dejara Doña Francisca.
Por todas partes siembras, ranchos y cabañas. Y de flores, ni se diga! He visto unas en los troncos de los árboles, y otras, enredaderas, que son para alabar a Dios. Y eso que estamos todavía en invierno. ¿Qué será en Abril y Mayo? Al otro día me puse a arreglar la casa. ¡Estaba atroz! Francisca no sirve para nada. La pobre está vieja y enferma. No la saques de la cocina, porque no hará nada.
Esa Francisca desea demasiado casarse y ese deseo es chocante en una señorita... ¡Bah! váyase por las que no lo desean bastante dijo Genoveva. Hay en esto un buen sistema de compensaciones... La de Ribert no respondió, pero su cara expresaba una penosa ansiedad.
Francisca Cortés, Doncella, hija de Agustín Cortés de Rafael, alias Bruguea, mercante de oficio y de Isabel Terongí su mujer, natural y vecina de esta Ciudad, de edad de diez y ocho años, presa por judaizante. Salió en forma de penitente con sambenito de dos aspas y vela verde en las manos.
Ya pasaba de los sesenta la por tantos títulos infeliz Doña Francisca Juárez de Zapata, conocida en los años de aquella su decadencia lastimosa por doña Paca, a secas, con lacónica y plebeya familiaridad.
Palabra del Dia
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