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La hermosa aparición llegaba hasta él por fin, y le arrebataba entre sus brazos por los espacios azules. Otras, navegaba en frágil barquilla por la superficie del Océano. Estos ensueños de dicha, versificados con facilidad y adornados de cierto naturalismo poético, causaban alguna inquietud a los padres de familia. Periquito comía cada día más, y estaba cada vez más flaco.

Y aunque así no fuera: ¿De qué valían las glorias y loores del mundo, de este «nido de hormigas», como lo apellidaba el inspirado religioso? ¿No era, acaso, todo ello castillo de cañas para el fuego de la muerte? ¿Qué más valía el paso de un hombre sobre la tierra?... Cualquier frágil baratija duraba más que su dueño.

me marcaste de la vida el paso, un cuerpo débil para mi alma diste: si era para el licor frágil el vaso, ¿por qué no lo cambiaste ó lo rompiste? ¿Dónde está tu justicia, que no acudes un remedio á aplicar á los dolores del que siente la de las virtudes y el gérmen del amor de los amores?» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡Ah, no sabeis vosotros, desdichados, que acaso oís riendo mis gemidos, los momentos de angustias ignorados que guardan estas letras escondidos!

Era éste un hombre de mediana estatura, frágil, y vestido con arreglo á las leyes de la más estricta elegancia inglesa. Bajo la ancha frente, su rostro, según aparece en la hermosa caricatura que le hizo Cappiello, se modelaba sobre la línea vertical de un perfil lleno de voluntad. Hablaba en voz baja, y sus manos, débiles y blancas, accionaban muy poco. Parecía distraído.

Le llamaban el Cantó, como a todos los que en la isla cantan versos nuevos en bailes y serenatas. Era un mozuelo alto, paliducho y estrecho de hombros, un atlot que aún no había llegado a los diez y ocho años. Al cantar, tosía y se hinchaba su frágil cuello, arrebolándosele el rostro, de una blancura transparente. Sus ojos eran grandes, ojos de mujer, con el lagrimal de color rosa muy saliente.

Ella se había imaginado el lujo de otra manera: grandes y ostentosas sillerías, muebles monumentales, y aquí apenas encontraba donde sentarse. Sólo veía divanes bajos y cojines en el suelo. Los muebles eran de aspecto tan frágil, que no osaba tocarlos; los colores de paredes y cortinas, tan raros y complicados, que daban el vértigo á sus ojos.

La había visto, como en una página de novela, regando sus claveles en el balcón; se llamaba Cándida, era pequeñita y rubia, habitaba una casita cubierta de enredaderas y me recordaba por la gracia y por lo airoso de su cintura, todo lo que el arte ha creado más fino y frágil: Mimí, Virginia, Julieta... Todas las noches, en éxtasis místico caía a sus pies color de jaspe; y por la mañana, al despedirme, dejaba en su regazo, algunos billetes de cien pesetas.

No tenía remedio y sufriría inútilmente toda su vida. Pero los padres no parecían pensar que esa muerte fuera una felicidad y una liberación. La señora gritaba desconsolada... El señor estaba fuera de ... Llegaba a dudar de la muerte de esa frágil y tierna criatura. Conservando algo como la sombra de una esperanza, explicó al médico dónde y cómo la encontraran.

Lejos del sol y de la vida, desafía a la muerte, lo mismo que el albañil, que, despreciando el vértigo, trabaja con los pies sobre frágil tabla, admirado por las aves, que extrañan la presencia en el espacio de un animal sin alas.

Casi en todas partes es de una gran dureza y las piedras que pudieran labrarse con él servirían para construir duraderos monumentos; pero en otras, es tan frágil y están aglomerados los cristales tan débilmente, que pueden aplastarse con los dedos.