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Actualizado: 27 de junio de 2025
Yo le seguía, llevando a mi lado al humorista D. Acisclo. No sabiendo cómo entablar conversación con él, le dije: Es muy amena la tertulia de estas señoritas... y muy original... Se pasa bien el rato. Usted es forastero, ¿verdad? me preguntó gravemente. Sí, señor; hasta ahora no había estado en Andalucía.
Procedía de aquí la prudente desconfianza y el hábil disimulo con que los villafriescos hablaban con todo forastero; mas esto no impedía que procurasen saber de él cuanto había que saber. No fue necesario mucho ingenio para mover a don Gregorio a que dijese el objeto de su viaje. Ya no había en esto secreto alguno, y D. Gregorio lo dijo todo.
Hombre, ¡qué lástima! exclamó, verdaderamente condolido, el noble forastero. Como usté lo oye, señor: crea usté que para mí ha sido hoy un día desgraciao. Y el bueno del aldeano, al decir esto, menudeaba más y más los giros de su sombrero, y bregaba, hasta sudar, con los mechones de su áspera cabellera.
Espectáculo asombroso, sí dijo el forastero deteniéndose en contemplarlo , pero que a mí antes me causa espanto que placer, porque lo asocio al recuerdo de mis neuralgias. ¿Sabe usted lo que me parece? Me parece que estoy viajando por el interior de un cerebro atacado de violentísima jaqueca.
Una verdadera revolución, hijo. Anda en todo esto un forastero, un muchacho al que llaman el Madrileño, que habla de matar a los ricos y repartirse los tesoros de la ciudad. La gente parece loca: todos creen que mañana van a triunfar y que se acaba la miseria.
El autor acentúa más la nota en elogio de Arenal haciendo decir al Forastero en la escena IX estos versos: Préciese de su edificio Zaragoza enternamente; Segovia de su gran puente, Toledo de su artificio; Barcelona del tesoro, Valencia de su hermosura, la corte de su ventura y de sus almenas Toro;
Encontraron, por fin, al Madrileño, y Juanón lo abordó para saber qué hacían allí. El forastero se expresaba con gran verbosidad, pero sin decir nada. Nos hemos reunido para la revolución, eso es: para la revolución social.
Al cabo de un tiempo prudencial, se le diría que estaba de paso en Pilares un filósofo forastero, al cual le habían invitado a dar una conferencia en el Casino, y si él, Belarmino, quería oírla, puesto que era el único filósofo de la localidad, que le colocarían en una habitación contigua al salón, detrás de los cortinajes, desde donde escuchase sin ser visto.
La gente, lanzando gritos de guerra y exterminio, le iba estrechando por ambas partes de la calle. La situación del perro forastero era verdaderamente angustiosa, las piedras llovían sobre él dando muchas veces en el blanco, y el enorme sable del cuadrillero Cachucha centelleaba herido por los rayos del sol, amenazándole de muerte.
Imprimiéronsele estas razones en el corazón; murió el pobre mozo; enterrámosle muy pobremente, por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulgóse por el pueblo el caso atroz; llegó a oídos de don Alonso Coronel, y como no tenía otro hijo, desengañóse de las crueldades de Cabra, y comenzó a dar más crédito a las razones de dos sombras, que ya estábamos reducidos a tan miserable estado.
Palabra del Dia
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