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No es divertido, ciertamente, dijo Marieta de Fontenoy, para un hombre como Marenval, que es la corrección y la elegancia mismas, el ver á uno de sus parientes en el banquillo de los acusados.

Al volver á su asiento, ella protesto con una indignación cómica: ¡Venir á Montmartre para bailar con el marido!... Puso sus ojos acariciadores en Fontenoy, y añadió; No pienso pedirle que me invite. Usted no sabe bailar ni quiere descender á estas cosas frívolas... Además, tal vez teme que sus accionistas le retiren su confianza al verle en estos lugares.

Ahora era éste el que hablaba, después que Torrebianca hubo terminado la explicación de los grandes negocios de Fontenoy. Yo no dudo de la honradez de su amigo, pero me abstendría de colocar dinero en sus negocios. Me parece un hombre audaz, que sitúa sus empresas demasiado lejos. Todo marchará bien mientras los accionistas tengan fe en él.

El español la miró como espantado de su inconsciencia. Ya no se acordaba de Fontenoy. Parecía haber olvidado igualmente que aún estaba en París, y de un momento á otro la policía podía entrar en la casa para llevarse á su marido. Le alarmó también la enorme distancia entre la existencia real de los que colonizan las soledades de América y las ilusiones novelescas que se forjaba esta mujer.

Un optimismo, que media hora antes hubiese considerado absurdo, le hizo sonreir confiadamente. En realidad no puedo quejarme, pues cuento con un apoyo poderoso. El banquero Fontenoy es amigo nuestro. Tal vez has oído hablar de él. Tiene negocios en las cinco partes del mundo. Movió su cabeza Robledo. No; nunca había oído tal nombre. Es un antiguo amigo de la familia de mi mujer.

Era un protegido de Fontenoy y publicaba un periódico de negocios inspirado por el banquero. Su acidez de parásito necesitaba expansionarse, criticando á todos sus protectores apenas se alejaba de ellos. A los pocos pasos sintió la necesidad de pagar la comida reciente hablando mal de los dueños de la casa. Sabía que Robledo era compañero de estudios del marqués.

Todas aquellas gentes debían saber que Fontenoy era el amante de la marquesa. Por otra parte, la quiebra de su Banco privaba al marido de los empleos que servían aparentemente para el sostenimiento de una vida lujosa. Comprendió ahora que su amigo tuviese miedo y vergüenza de ver á los que le rodeaban en su propia casa y permaneciese aislado en su biblioteca.

Mientras tanto, Fontenoy decía á Torrebianca, rehuyendo la mirada de la mujer de éste: ¡Una verdadera casualidad!... Salgo de una comida con hombres de negocios; necesitaba distraerme; vengo aquí, como podía haber ido á otro sitio, y los encuentro á ustedes. Por un momento creyó Robledo que los ojos pueden sonreir al ver la expresión de jovial malicia que pasaba por las pupilas de Elena.

Sus labios se movían apenas, como si temieran dejar adivinar en sus contracciones las palabras deslizadas suavemente. Robledo se arrepintió de su curiosidad al ver la rápida mirada que le dirigía Fontenoy, mientras continuaba hablando á Elena, puesta de espaldas á la puerta. Esta mirada volvió á emocionarle como la otra.

Robledo pareció irritarse por su silencio. Piensa en los documentos que firmaste para servir á Fontenoy, declarando excelentes unos negocios que no habías estudiado. No pienso en otra cosa contestó Federico , y por eso considero necesaria mi muerte. Ya no contuvo su indignación el español al oir las últimas palabras, y abandonando su asiento, empezó á hablar con voz fuerte.