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Actualizado: 6 de noviembre de 2025
Cuando el señor Ministro aplicó a la política aquel calificativo tan feo, que no quiero repetir, Esteven lo aprobó, como todo lo que S. E. decía, con asentimiento de cabeza y repitiendo: Diga usted que sí, doctor, diga usted que sí.
El conde manejaba a la débil criatura con una ternura temerosa; quizá tenía miedo de hacer pedazos a su heredero con algún movimiento de sus robustos brazos. El niño era bastante fuerte para su edad, pero feo, sin gracia y excesivamente huraño.
Y no se vaya a creer que le faltaron pretendientes a la viudita, pues había, entre otros, un D. Evaristo Feijoo, coronel de ejército, que le rondaba la calle y no la dejaba vivir. Pero la fidelidad a la memoria de su feo y honrado Jáuregui se sobreponía en doña Lupe a todos los intereses de la tierra.
María Valdivieso, con profunda compasión, preguntó si se había puesto muy feo. Leopoldina, con pesar no fingido, gimoteaba ruidosamente. De pronto, dijo: ¿Si traerá el pobrecito dinero?...
Era como los médicos que han estudiado el cuerpo humano en un atlas de Anatomía. Tenía recetas charlatánicas para todo, y las aplicaba al buen tun tun, haciendo estragos por donde quiera que pasaba. «De esta manera, hija mía añadió lleno de fatuidad , puede darse el caso de que una mujer hermosa llegue a amar entrañablemente a un hombre feo.
«Aquí donde le ves dijo Santa Cruz , se tiene una de las mujeres más guapas de Madrid». Hizo un signo a Jacinta que quería decir: «Espérate, que ahora viene lo bueno». ¿Es de veras? Sí. No se la merece. Ya ves que él es feo adrede. Mi mujer... Nicanora... murmuró Ido sordamente, ya en el último bocado , la Venus de Médicis... carnes de raso...
Mírale, mírale, ¿le conoces?» Tenía tan demudado el semblante, feo y hecho un tizón de fuego, que mal le podía conocer; pero, finalmente, después de fijar muchas veces en él la vista, reconoció quién era. Entonces el desgraciado Antonio, dando un profundo suspiro y volviéndose á Lucas, le habló de esta manera.
Se trataba de seducir a su Ilustrísima para que fuese a honrar con su presencia el solemne reparto de premios a la virtud, organizado por cierto circulo filantrópico. El círculo se llamaba La Libre Hermandad, nombre feo, poco español y con olor nada santo.
¡Pues sí, sí; mil veces sí!... Pero yo no puedo estar al lado de Cecilia desabrido o indiferente... Eso es muy feo... Prefiero decírselo claramente y concluir de una vez. Pues díselo. ... No me atrevo. Pues no se lo digas, y concluyamos tú y yo... Mejor será replicó la niña con impaciencia. ¡No hables, por Dios, así, Ventura! Se me figura que no me quieres.
Enrique vaciló algunos instantes, mas al fin se decidió a abrir con sigilo la puerta y escaparse por la escalera de servicio. Era Enrique un muchacho que guardaba en aquella época semejanza increíble con un perro ratonero de los que hoy tienen prestigio entre las damas; después se compuso bastante, pero aún es feo hasta donde un hombre de bien puede serlo.
Palabra del Dia
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