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Actualizado: 6 de junio de 2025


Siempre preferiré a unos cuantos belitres como sus agregados de embajada, príncipes del turf o reyes del cotillón, uno de esos reyes del petróleo de los que se ríen en Francia, pero cuya iniciativa, cuya actividad y cuya inteligencia alimentan millares de existencias, o un general viejo, como el príncipe de San Remo, que ha arriesgado veinte veces la suya. Pero es muy feo, señorita.

El Capitán y Hans hicieron fuego apuntando a las ramas que se movían; pero los piratas no se dejaron ver, ni contestaron disparando flechas. ¿Se habrán ocultado bajo tierra? exclamó el piloto . Esto se pone feo.

El uno podía tener sesenta años, feo, moreno, grueso, con largas y blancas patillas que hacían un raro contraste con su tez bronceada.

UN HOMBRE. ¡Demonio, qué injusticia! se concede eso a un renegado y se me negaría quizás a . JUANA. Mira, Pepa, los penitentes con el ataúd. PEPA. Detrás va el verdugo ¡Virgen santa! no es feo para ser un verdugo; sólo que está muy pálido. JUANA. Muy sencillo; es el verdugo de Córdoba que viene a reemplazar al nuestro, y como nunca ha matado aquí... pues, claro, se encuentra cohibido...

Cuando se nace honrada y humilde no hay necesidad de procurarlo. Podía estar tranquila sobre este asunto la esposa del Señor. El estrecho cuarto donde las dos monjas se hallaban cerca de la reja parecía, por lo feo y obscuro, un calabozo. Sus túnicas resaltaban como dos manchas blancas detrás del negro enrejado.

Usted padeció alguna vez de melancolía, D. Santos. ¿De tristeza? Nunca. Yo siempre de buen humor. Tan sólo hace un año, que me comió un bribón ocho mil y pico de duros, tomé un berrenchín que me duró dos días. ¡Qué feo está el sol ahora, visto por entre las ramas de los árboles! ¿Quiere usted que nos volvamos a casa? No, lléveme usted hacia el río.

Lucía, pues, austera, virtuosa y sin ningún pensamiento feo, y sin ninguna imagen impura que enturbiase el claro espejo de su conciencia, reflejándose en él, no pudo menos de saber al cabo y supo del mal, y fue conociendo poco a poco todo cuanto de este mal en había.

Yo no hallo desordenado ni violento el que ames á D. Carlos, que es muy guapo y joven, y el que no gustes de D. Casimiro, que es viejo y feo. Esto me parece naturalísimo. Será natural, porque la naturaleza es el pecado. ¿Dónde está el pecado?

El mismo Lorenzo llegó a reírse de su situación, diciendo: ¡Pobre caballo éste; qué galope tan feo tiene! Fue necesario renunciar al galope y ponerse al tranco, procurando Lorenzo que su monumental caballo lo desarrollara dentro de límites adecuados.

El sol, que con tanto esplendor brillaba donde quiera, ¿derramaba realmente sobre él sus rayos benéficos? ¿Ó acaso, como más bien parecía, le rodeaba un círculo de fatídica sombra que se movía á par de él donde quiera que dirigiera sus pasos? ¿Y á dónde iba ahora? ¿No se hundiría de repente en la tierra, dejando un lugar estéril y calcinado que con el curso del tiempo se cubriría de mortífera yerba mora, beleño, cicuta, apócimo, y toda otra clase de hierbas nocivas que el clima produjese, creciendo allí con horrible abundancia? ¿Ó tal vez extendería enormes alas de murciélago, y echando á volar en los espacios, parecería tanto más feo cuanto más ascendiera hacia el cielo?

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