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Pero algo había que hacer, si el otro no lo hacía espontáneamente; porque aquello no podía quedar así, en la situación de ánimo en que ella se encontraba. Antes lo necesitaba para satisfacción de su femenil curiosidad; entonces le era indispensable para curarse de aquella inquietud nerviosa que no admitía otra medicina y era un simple fenómeno de su ridícula enfermedad.

Abstraídos en sus pensamientos, ya no oían el estrépito de la juerga, la voz femenil que seguía entonando coplas. Fermín dijo de pronto el aperador. eres el único que lo puee arreglar todo. Por esto le había esperado a la salida del escritorio. Conocía su gran influencia sobre la familia. María de la Luz le respetaba más que a su padre, y se hacía lenguas de su sabiduría.

Era amigo del director de la cárcel y podía recomendarle al maldito golfo. Buscaría además entre sus amigos alguno que pudiese influir con los señores del Juzgado. Marchose el albañil, y por la tarde se dirigió Maltrana a la Cárcel Modelo. Feli le dio gran prisa por que fuese a ver a su hermanastro. La sensibilidad femenil se había interesado por este suceso que venía a alterar la calma doméstica.

Ulises se estremeció al sentir el firme contacto global de este pecho femenil, al aspirar el soplo de su respiración, brisa tibia cargada de lejanos perfumes. Por su gusto habría permanecido mucho tiempo en esta actitud; pero Freya se despegó de él para avanzar hacia el reptil runruneando y extendiendo sus manos, lo mismo que si pretendiese acariciar á un animal doméstico.

Parecía un cadáver en pie. De pronto, despertó la fiera humana que se encabrita y ruge ante la desgracia. ¡Ah, perra descastada! bramó. ¡Mala piel! ¡....! Y el supremo insulto a la virtud femenil salió de sus labios disparado contra María de la Luz. Avanzó un paso, con la mirada extraviada y el puño en alto.

Este afeite, ideado para dar mayor realce a los ojos, daba al rostro femenil una expresión de voluptuosidad irresistible para los moros españoles, y nunca fué posible arrancar este uso hasta que aquella infeliz nación fué descuajada de sus hogares.

El viejo pudo verla de cerca con sus ojos cegatos. «¡ que era guapaEl revoloteo de sus faldas y los frecuentes encontrones que tuvo con ella en sus idas y venidas por la cocina perturbaron al apóstol. Su olfato de guisandero se sintió molestado por el perfume de esta señora. «Guapa, pero con olor de...», repitió mentalmente. Para él, todo perfume femenil merecía este título injurioso.

Cada uno de ellos despertó en su pensamiento una perspectiva suavemente rosada como la carne femenil, una nueva visión inconfesable que le volvía de golpe á su pasado. Percibió en el ambiente, con el recuerdo más que con el olfato, un perfume conocido: el perfume de ella. Vió vagamente todo lo que le rodeaba, como si se esfumasen sus contornos.

Y entonces, con femenil inconsecuencia, echó a correr hacia el colegio y se encerró con llave en su cuarto. Durante la cena, mientras estaba sentada a la mesa con su huéspeda, la mujer del herrero, se le ocurrió a doña María preguntarle con gazmoñería si su marido atrapaba curdas con frecuencia.

No; ella le quería, y aunque le diese algún disgusto, consideraba a Rafael, a pesar de su sotana mugrienta y su cara de granuja, como un rendido trovador de los que en aquella época de romanticismo hacían el gasto en todos los extravíos de imaginación femenil.