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Actualizado: 28 de julio de 2025
Ignoro lo que este último detalle podría tener de particularmente desgarrador para el corazón de la señora de Saint-Cast, pero no pudo resistir á él; un desmayo súbito, acompañado de un vahido infantíl llamó á su alrededor todos los recursos de la sensibilidad femenil y nos proporcionó la ocasión de retirarnos. Yo por mi parte no tuvo reparo en aprovecharme de ella.
Paladeaba las nimiedades del amor, que turbaban dulcemente la vulgaridad monótona de su vida. Las cartas de sobra prolongado y escritura femenil le salían al encuentro en la mesa de su despacho, entre la correspondencia comercial, con un perfume de alcoba pecadora que estremecía su carne y parecía traerle una ráfaga cargada de taponazos de champagne y música chillona de café concierto.
Completan el admirable cuadro de la humanidad vetustense el D. Víctor Quintanar, cumplido caballero con vislumbres calderonianas, y su compañero de empresas cinegéticas el graciosísimo Frígilis; los marqueses de Vegallana y su hijo, tipos de encantadora verdad; las pizpiretas señoras que componen el femenil rebaño eclesiástico; los canónigos y sacristanes y el prelado mismo, apóstol ingenuo y orador fogoso.
Al estar juntas, chismorreaban como novicias en asueto, que se enteran con curiosidad femenil de lo que ocurre más allá de las rejas. Pepita conocía la vida de aquel señorito, mezcla de matón clerical y de calavera rústico, que pasaba las noches en las casas del barrio de San Francisco y había sido conducido varias veces al juzgado por borracheras tumultuosas.
Habían llegado al templete, cúpula sostenida por columnas blancas, con una verja en torno. El busto de Virgilio se alzaba en el centro: una cabeza enorme, de hermosura algo femenil. El poeta había muerto en Nápoles, «la dulce Partenope», á su regreso de Grecia, y su cadáver tal vez estaba hecho polvo en las entrañas de este jardín.
Ella no había entendido gran cosa; la letra era de rasgos desordenados y fantásticos y además estaba en francés. Pero las pocas palabras que había podido adivinar, y más que esto, su instinto femenil, la hicieron comprender desde la primera ojeada que era una carta de amor, escrita con el mayor desenfado. ¡Qué asco!
No podía sosegar; tenía ahora más miedo que en los primeros años de casamiento, cuando las corridas eran para ella como pedazos de existencia que le arrancaban la inquietud y la temerosa espera. Le decía el corazón, con ese instinto femenil pocas veces erróneo en sus temores, que iba a ocurrir algo grave. Apenas dormía; pensaba con miedo en las horas de la noche cortadas por sangrientas visiones.
Quevedo estaba en la situación, y sus últimas palabras influyeron terriblemente en el ánimo del joven, porque había oído aquellas mismas palabras á Dorotea. ¿Y ha podido llegar la locura de esa infeliz hasta tal punto? dijo. No era locura, sino rabia, y rabia femenil, la más terrible de las rabias de que puede adolecer una criatura.
Todos se alejaban indudablemente hacia el pueblo después del perdón del general... Estaba en mitad de la avenida, cuando sonó un aullido compuesto de muchas voces, un grito espeluznante como sólo puede lanzarlo la desesperación femenil.
Doña María no hubiera dejado de sacar de estos hechos una ventaja femenil, si no se hubiese fijado, algo confusa también, de que el patán, a pesar de algunas leves señales de pasada disipación, tenía agradable aspecto; era una especie de rubio Sansón, cuya sedosa barba, de color de trigo, jamás había conocido el filo de la navaja del barbero, ni de las tijeras de Dalila.
Palabra del Dia
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