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Actualizado: 28 de julio de 2025
Estaba resuelta a este viaje. No podía vivir en Sevilla. Llevaba cerca de una semana de insomnios, viendo en su imaginación escenas horrorosas. Su instinto femenil parecía avisarle un gran peligro. Necesitaba correr al lado de Juan.
Paco Vegallana acudía entonces con el testimonio de las lecturas técnico-escandalosas. Describía todas las aberraciones de la lubricidad femenil en lo antiguo, en la Edad-media y en los tiempos modernos.
Sonó una risa femenil, ruidosa, petulante, en la que se adivinaba un deseo de hacer volver las cabezas. Ascendió por la escalera un vestido de color de sangre, y detrás de su cola, majestuosamente suelta, varios fracs parecían correr para alcanzarlo y dominarlo.
Su instinto femenil le hacía presentir algo malo en el retraso de su marido. Por la tarde, cuando la visitó, como de costumbre, su antiguo enamorado el catedrático, los dos hablaron lentamente, con palabras medidas, pero entendiéndose con los ojos durante los largos intervalos de silencio.
Febrer se lanzó por el camino que le franqueaba esta habilidad femenil. ¡Antipática!... No, Catalina.
Gracias a él, las señoras de ambos lados venían a visitarlas, atraídas por el brillo purpúreo de su faja de seda y el esplendor de su cruz de oro. Y Monseñor, sonriendo bonachonamente, se esforzaba por mostrarse galante y pretendía entretener al femenil concurso con chistes aprendidos en el seminario y recuerdos de sus estudios clásicos.
Pero cuentan con el auxiliar poderoso de los tontos y del sentimentalismo femenil, que avanza en su busca y se ofrece, diciéndoles: «Dominadnos, haced de nosotros lo que queráis, y dadnos en cambio el cielo.» Aresti no creía, como los enemigos de la Compañía en otros tiempos, en la grandeza y el poder del jesuitismo. La sabiduría de sus individuos era una leyenda.
Vivían aparte, y aunque ella encontraba muy dulce esta independencia, no podía menos de sentir una antipatía femenil hacia este marido acomodaticio y poco dado á los celos trágicos. Pero ahora sus ideas parecían cambiadas, y se apresuró á hablar, como si temiese ver en Lubimoff la misma sonrisa que ella dedicaba otras veces al duque. Sí; fué á la guerra.
El anciano seguía bailando como una caricatura femenil entre las lúbricas excitaciones que le dirigía la Marquesita. ¡San Patrisio!... ¡Que la puerta se sale del quisio!
Debajo de ésta llevaba otras faldas y otras, ocho, diez o doce zagalejos, toda la ropa femenil de la casa, un embudo sólido de paños y bayetas que borraba los vestigios del sexo y hacía imposible imaginarse la existencia de una realidad carnal bajo la balumba de tejidos. Las hileras de botones de filigrana brillaban en las mangas postizas del jubón.
Palabra del Dia
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