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Actualizado: 26 de junio de 2025


Tomé con empeño el trabajo de calmarla, y lo conseguí; pero con la ayuda de una «zurriascada» feroz que se estrelló de repente contra las puertas del balcón. Cuando esto ocurría, se enjugaba Facia los ojos y respondía malamente a mis últimas observaciones.

Al salir a la salona con el candelero en la mano, me encontré con la mujer gris ocupada en poner la mesa, a la luz de un velón de tres mecheros, colgado de un listón de madera, sujeto por una de sus extremidades a una vigueta del techo. No era antipática, ciertamente, la cara de aquella sirviente; y bien mirada, hasta se hallaban en ella vestigios de haber sido guapa en sus mocedades. Expresábase con un laconismo que tenía ciertos matices clásicos, y respondía con agrado a las preguntas que me arriesgué a hacerla, por hablar de algo y alegrar un poco el tedioso colorido de mis ideas. Así supe que se llamaba Facia; que desde muy joven servía en casa de mi tío y que en ella pensaba morir, si esa era la voluntad de su amo, a quien quería y respetaba como a padre y señor, y aun con eso no le pagaba bastante los grandes beneficios que le debía.

El cielo continuaba obscureciéndose y el chispear de la nieve espesando. Me gustó el síntoma. Mi tío, aunque entre amagos continuos de la tos, parecía más sosegado, y dormitaba. Facia, sentada lejos de él y atenta a cuanto pudiera ocurrirle, después que yo hube contemplado al enfermo acercándome de puntillas a su cama, me dijo con la mirada: Bien va eso, ¿eh?

Ni había vuelto Chisco, ni por allí había pasado alma viviente que diera cuenta de él ni de los otros. Y a todo esto, mi tío echándole ya en falta y Facia y Tona y yo viéndonos negros para ocultarle la verdad de lo que ocurría, y la nieve espesando, y avanzando las tinieblas de la noche... ¡Dios eterno, qué anhelación la mía!

La pobre Facia, desde lo de aquella noche, apenas se dejaba ver en la cocina durante la tertulia, y ni allí ni fuera de allí sabía hacer cosa con arte; ¡ella que era antes un brazo de mar para el gobierno de la casa!

No nevaba ya; pero había más de una vara de nieve sobre el suelo del valle y estaban las cumbres de los montes como sumergidas en un mar denegrido y borrascoso que no auguraba cosa buena. Resignóse a quedarse la piadosa y excelente mujer; pero no Facia, más avezada que ella a franquear obstáculos de tal linaje.

Aquí me asaltó de pronto un recuerdo, y pedí a Facia las señas «particulares» de su marido. Comenzó por la de un chirlo en la cara que le partía un ojo y la nariz, y no necesité de las restantes para dar por conocido al personaje. Sin descubrirle mis sospechas, la reprendí duramente por haberme ocultado hasta entonces lo que me estaba declarando.

Allí estaba ya Neluco, que se había disgregado de la procesión con algunos hombres de los más apegados a la casa, proveyéndolos de cirios y señalándoles puestos en el pasillo y a lo largo de la escalera; a Lita y a su madre se los dio a la puerta de la salona; «y usted, conmigo, allá dentro» me dijo, conduciéndome al mismo cuarto del enfermo, del que no se había apartado Facia un instante.

No me pareció mal razonado este triste pronóstico, y pregunté si se pensaba hacer algo en vista de él; a lo que me respondió Facia que ya estaba hecho cuanto podía hacerse.

Con este golpe se espantó el vecindario, se llevó don Celso las manos a la cabeza, y envejeció de repente quince años la pobre Facia. Del pícaro fugitivo sólo volvió a saberse que anduvo por las repúblicas de América, recién escapado de España, y se le daba por muerto muchos años hacía o arrastrando una cadena.

Palabra del Dia

rigoleto

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