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Actualizado: 6 de junio de 2025
El bolo del indio para abrir trocha donde la maleza se estrecha, y la práctica del maderero que constantemente vive entre aquella exuberante y salvaje naturaleza, son los auxiliares á quienes hay que entregarse en absoluto; y vamos, que repito, por lo que valga, prefiérase el viaje por mar, y si se hace por tierra aprovéchese el capricho que pudiera tener de verificar esa expedición, algún Obispo ó Gobernador en cuya compañía se viaja siempre bien en Filipinas.
No obstante, como no era cerrado de inteligencia y su exuberante naturaleza rebosaba de actividad y de fuerza, las empleaba una que otra vez en el estudio de algunos ramos de la ciencia. Aficionóse a la mineralogía, y muchas tardes, abandonando el casino y el billar, se iba por los contornos de la villa en busca de piedras minerales y ejemplares de fósiles, llegando a reunir una rica colección.
Andrés, la mayor parte del tiempo, no atendía al argumento del discurso por contemplar más a su placer el juego expresivo y gracioso de su fisonomía, sus ojos brillantes, su boca virginal, los movimientos vivos, resueltos, de su cuerpo, mórbido y exuberante de vida. Pero esta charla interminable de una parte y esta contemplación extática de la otra, cesaron súbitamente.
Jamás sus desnudos hombros, sus brazos de marfil sirviendo de fondo a negro encaje bordado y bien ceñido; jamás su espalda de curvas vertiginosas, su pecho alto y fornido, y exuberante y tentador, habían atraído así, ni con cien leguas, la atención y la admiración de un pueblo entero, por más que los luciera en bailes, teatros, paseos y también procesiones.... ¡Toda aquella carne blanca, dura, turgente, significativa, principal, era menos por razón de las circunstancias, que dos pies descalzos que apenas se podían entrever de vez en cuando debajo del terciopelo morado de la nazarena! «Y era natural; todo Vetusta, seguía pensando Obdulia, tiene ahora entre ceja y ceja esos pies descalzos, ¿por qué? porque hay un cachet distinguidísimo en el modo de la exhibición, porque... esto es cuestión de escenario». «¿Cuándo llegará?» preguntaba la viuda, lamiéndose los labios, invadida de una envidia admiradora, y sintiendo extraños dejos de una especie de lujuria bestial, disparatada, inexplicable por lo absurda.
En el otro extremo, en la barquilla opuesta, que se había enganchado en un puntal de una pared, restos del andamiaje de una obra reciente, ostentaba los llamativos colores de su falda y su exuberante persona Obdulia Fandiño agarrada a la nave como un náufrago del aire, muy de veras asustada, y coqueta y aparatosa en medio del susto y de lo que ella creía peligro.
Pero, desgraciada, ¿de dónde quieres que saque yo ocho mil reales? Tú te figuras, por lo menos, que yo apaleo las onzas. Doña Manuela protestó. Vamos, que ocho mil reales no son una cantidad para arruinar a nadie. Además, ella prometía devolverlos a San Juan; y al ver que su hermano sonreía irónicamente, lo juró con la mano puesta en el exuberante pecho.
Más de mil bocas fueron saludando al solitario de la terraza con silbidos alegres, hurras ó gritos ininteligibles, que servían de escape á una juventud exuberante, hambrienta de peligro y de gloria, regocijada y curiosa á través de un mundo viejo que para ella era nuevo.
Otros se mantenían en pie detrás del piano, esperando que un compás de silencio les diese tiempo para expresar por medio de exclamaciones reprimidas la admiración que rebosaba de su alma. Sólo muy pocos, bien quistos de la suerte, habían logrado que alguna señora refrenase con la mano, en obsequio suyo, el vuelo exuberante de sus faldas de seda y les hiciese un lugarcito a su lado.
Pero al fin Ana se vio sola en el comedor, cerca de aquella chimenea de campana, churrigueresca, exuberante de relieves de yeso, pintada con colores de lagarto; la chimenea, al amor de cuya lumbre leyera en otros días tantos folletines la señorita doña Anunciación Ozores, que en paz descansa. Ahora no había allí fuego; la hornilla, descubierta, era un agujero de tristeza.
Zumbaban los insectos, ebrios de calor y vida; aleteaban los pájaros, poblando el follaje de estremecimientos y suspiros; chirriaban los primeros grillos, ocultos en la hierba. El campo parecía embellecerse para ocultar en sus espesuras las caricias del amor, para arrullar a las parejas con los perfumes y cantos de su vida exuberante.
Palabra del Dia
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