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Actualizado: 15 de junio de 2025


La misma inquieta hipocresía de que la baronesa acababa de darle transparente testimonio, decía claro a Beatriz cuánto sospechaba la vieja dama acerca de las intenciones de su sobrino y cuánta rosada esperanza podía ella abrigar en su pecho... Y, sin embargo, ahora más que nunca se encontraba amarrada a su adverso destino, ya que no sólo había empeñado su leal palabra a la de Montauron, que también teñía Beatriz en sus amantes manos la suerte o la total ruina del hombre de sus predilecciones, porque conocía demasiado la huérfana a la baronesa para poner un solo instante en duda que, si Pedro se casaba contra la voluntad de su orgullosa tía, no dejaría ésta por motivo alguno de poner en práctica sus fulminantes amenazas; así, pues, veíase la joven sin ventura reducida a temer lo que anhelado había más en la vida, y ante el temor de verse expuesta, a prueba superior a sus fuerzas, rogaba al Cielo que su elegido jamás llegase a amarla.

No había ido por la tarde al paseo del Prado; incomodábala mucho aquel eterno dar vueltas de los días de Carnaval, expuesta siempre a oír las desvergüenzas que escupen la envidia y la insolencia tras el anónimo de una careta... ¡Cuántas había escuchado ella antes de salir escarmentada!

Si la ventaja, que lleva nuestro poeta á todos sus predecesores, en general, en la traza artística más perfecta de sus dramas, en el manejo más diligente de los materiales, que los constituyen, y en el trabajo más concienzudo de sus planes, ha sido ya expuesta, muéstranse estas mismas cualidades de un modo más relevante en los autos que en las comedias, y hasta las fiestas del Corpus más notables de tiempos anteriores, no pueden ni aun compararse con las más débiles suyas.

Aquel bandido se había aprovechado de una corta salida suya por exigencias higiénicas para cerrar la puerta, dejándola fuera del camarote, obligada a vagar por el buque, expuesta a peligros y murmuraciones... todo por el deseo de calumniarla. Ella había pasado la noche sentada en el comedor; tenía testigos: los criados que estaban de guardia.

Y después de algunos instantes de triste silencio, añadió: ¡El convento! ¡es preciso! ¡preciso de todo punto! No te daré el dote. Me pondré a servir. Y sirviendo, estarás expuesta a cada paso, a peligros como el de que has escapado milagrosamente hoy. ¿Pero por qué cerrarme el refugio del claustro? exclamó llorando.

El nombre haría muy mal papel sin la fortuna, amiga mía. Lo poco que yo tengo... Lo poco que tienes podría apenas bastar para tu hijo, pero de ningún modo para el vizconde de Candore. , pues, razonable, te lo ruego, y ten confianza en como yo en ti. ¿Piensas que te dejo con gusto, joven y bonita como eres, expuesta a todas las tentaciones del aislamiento? Yo no estoy sola.

En una palabra, ¿no tiene usted miedo? ¿Miedo? ¿Y de qué? De viajar sola, expuesta a que algún individuo ordinario le falte al respeto. ¿Sola? Naturalmente. Esté usted seguro que, si yo diese una voz, todas las personas que ocupan el vagón, se lanzarían a un tiempo y harían pasar un mal rato al cobarde que pretendiese insultar a una mujer.

Que á más de ser urgentísimo casarlos, la reina no quería que su dama favorita estuviese un solo momento expuesta á quedarse como se estaba y que era necesario casarlos, luego, luego... como el rey es tan devoto, y en estos asuntos tan delicado de conciencia, á pesar de que por doña Clara ha hecho más de dos simplezas, á pesar de que está enamorado de ella, cuanto su majestad puede estarlo de una mujer, ha dado la licencia para el casamiento, pero no ha querido asistir.

Por encima de los bosques de abetos y de su vanguardia expuesta á todas las tempestades, todavía crecen árboles, pero son de especie que, en vez de elevarse hacia el cielo, se arrastran por la tierra y se escurren miedosamente por las fragosidades para huir del frío y del viento.

La frente era espaciosa, con un mechón de pelo negro... En fin, que la Dura completaba la historia aquella expuesta en las paredes: era el Napoleón en Santa Helena. Cuando doña Lupe y Fortunata la saludaron, las estuvo mirando un rato, como si tardara en reconocerlas. Después las nombró. ¡Qué voz!

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