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Actualizado: 23 de junio de 2025
Pero explíqueme usted... le dijo el coadjutor juntándose a él y haciendo esfuerzos por seguirle el paso. Ya te lo explicaré... Ahí más abajo. Cuando hubieron salido de la Gusanera, salvado la plaza y entrado en la calle del Cuadrante, D. Norberto acortó un poco el paso. El excusador aprovechó la ocasión para insistir en sus preguntas. Vamos a ver, ¿qué le ha pasado a usted?
En cambio me abstengo de ciertos vicios, como el de murmurar de mis superiores y compañeros profirió el capellán con acento insolente, mirando con afectación al techo. La alusión iba directamente al excusador, que acababa de hablar de la avaricia del cura. Así lo entendió él, y si no lo hubiera entendido claramente, se lo manifestaran los ojos de los circunstantes.
En sustancia, el ex-gobernador interino de Tarragona vino a decir que el excusador de Peñascosa nunca había sido santo de su devoción. Los caracteres retraídos, mansos, silenciosos, no le habían dado resultado.
Alguna vez llegaba hasta decir en voz alta: «Muy bien, don José, muy bien.» Con esto el excusador se animaba hasta querer echar las entrañas por la boca a puros gritos.
Señora, de poco sirve creer si se obra como si no se creyera replicó severamente el excusador, a quien había herido el tono agresivo de la dama, tan contrario a la humildad de antes. Tornó a ponerse colorada y bajó los ojos afectando de nuevo una gran contrición.
Habiendo perdido la fe, no sólo en su razón, sino también en sus sentidos, la vida de nuestro clérigo se arrastraba silenciosa, indiferente, en medio de un hastío infinito. Obdulia no le había visto en los quince días siguientes a su regreso. La beata salía muy poco de casa por razones fáciles de comprender, y a la iglesia procuraba ir a las horas en que no estuviese el excusador.
Mientras estas nubes temerosas se amontonaban sobre su cabeza, el inocente excusador paseaba desde casa a la iglesia y desde la iglesia a casa, su frente pálida, su figura melancólica y resignada. Los ojos, ordinariamente fijos en el suelo, sólo dirigían de vez en cuando miradas tímidas a la gente, como si temiera que por ellos descubrieran el cáncer que roía su corazón.
De tal modo estaba abstraído, que no oyó el ruido de la puerta de su gabinete al abrirse, ni tampoco los pasos de una persona que avanzaba por él hasta llegar al mismo corredor. Buenas noches, señor excusador dijo una voz conocida. ¿Quién va?... ¡Ah!... ¿Es usted, señor juez? ¿Cómo no han encendido una luz? No hace falta. La noche está hermosa. Indudablemente, este corredor es una gran cosa.
Salió a la calle aturdida, quebrantada. Tuvo que arrimarse a la pared de la casa para no caer. Los horrores y monstruosidades que le había vomitado el ama del excusador seguían sonándole como martillazos en los oídos. Hubo un instante en que creyó perder el sentido; pero del fondo de su ser salió un grito rabioso, un grito de venganza que le mandó tenerse firme.
¡Pero es horrible entrar en una noche sin límites, eterna! No tal... La vida es una pesadilla... La muerte es un sueño tranquilo... Cerró de nuevo los ojos. El P. Gil le apretó cariñosamente la mano, exclamando: ¡Quién sabe! La mano del moribundo se estremeció levemente. El excusador no volvió a desplegar los labios.
Palabra del Dia
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