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Actualizado: 20 de junio de 2025


No es ya la Ley Morúa lo que preocupa á los directores del movimiento; y la carta de Evaristo Estenoz al cónsul de los Estados Unidos en Santiago, prueba que los que hace un mes se lanzaron al campo invocando los derechos de una raza, se darían por satisfechos hoy á los treinta días cabales de iniciado el movimiento con escapar al plomo y el machete de sus incansables perseguidores.

Hablando de esto, Feijoo y Rubín achacaban la relajación de los caracteres a los desengaños. «Yo decía Feijoo , soy progresista desengañado, y usted tradicionalista arrepentido. Tenemos algo de común: el creer que todo esto es una comedia y que sólo se trata de saber a quién le toca mamar y a quién no». ii Don Evaristo González Feijoo merece algo más que una mención en este relato.

Esta casa es ordinariamente muy silenciosa; pero cuando hay ruido, parece que se hunde el mundo. ¡Figúrese usted qué nos importará a nosotros que cumpla no cuántos años ese señor Emperador, a quien parta un rayo! ¡Valiente jaqueca nos dio anoche!... Pase usted. Hoy le encontrará un poco aturdido a consecuencia de la mala noche». Don Evaristo se hallaba ya en lastimoso estado.

A poco de instalada en su nuevo domicilio, D. Evaristo le compró una buena máquina de Singer, con lo que ella se entretenía mucho. La visita del protector era diaria, pero sin hora fija. Unas veces iba de tarde, otras de noche. Pero siempre se retiraba a su casa a dormir. Convenía que Fortunata tuviese una criada fiel, discreta y de cierta responsabilidad.

El primero que hubo de seguirle fue don Evaristo González Feijoo, a quien era indiferente este o el otro establecimiento. Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente.

De lo que sobre plantas se habló aquella tarde, coligió D. Evaristo que su amiga tenía gustos un poco desacordes con el gusto corriente. No le hacía gracia ninguna flor que no tuviese fragancia, y particularmente las camelias le eran antipáticas. Entre la mejor de las camelias y el más amarillo y sosón de los girasoles, no hallaba gran diferencia en cuanto al mérito.

Le he visto, le he visto en alguna parte pensaba entrando hacia la sala . ¡Si tendremos gatuperio...! Estaría bueno. Pero más vale así». Y en alta voz y de mal modo, preguntó a Fortunata: «¿Quién es ese viejo?». Yo creí que le conocías. D. Evaristo Feijoo, coronel o no qué de milicia... Es grande amigo de Juan Pablo. ¿Y quién es Juan Pablo? ¡Vaya unos conocimientos que me quieres colgar...!

Evaristo se halla en una conversacion, y no hace otra cosa que ponderar la desigualdad del tiempo, las niñerías de sus hijos y sus gracias: y despues, por hacer demostracion de su saber, se pone á hablar de los vestidos de los Macedonios, del orden de batalla de las Amazonas; y si se le ocurre, no omite tal qual lugar de Quinto Curcio.

La tarde caía; pronto iba a ser de noche, y como Feijoo tenía horror a la oscuridad, su amiga encendió luz, que puso en la mesa de camilla, y cerró después las maderas. «¿En dónde has estado hoyle preguntó D. Evaristo, que casi todas las noches le hacía la misma pregunta, no por fiscalizar sus actos, sino porque de aquella interrogación salía casi siempre una plática agradable.

Con aquella sonrisa, que parecía la que les queda a algunas caras después que se han muerto, contestaba D. Evaristo mejor que con palabras. «¿Y a Nicolás le has echado otra chinitapreguntó ella después de una pausa, queriendo alegrar conversación tan lúgubre. No, porque no le he visto. Es el más bruto de los tres.

Palabra del Dia

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