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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Muy lindas, muy elegantes todas ellas. Notábase que su principal preocupación era su propio atavío. Poco después llegaron los jóvenes: Pedrito, Carlos, Raúl, Enrique, Evaristo, otros varios. Estos donceles merecen párrafo aparte. Llegaban como recién salidos de la sastrería, planchados, engomados, prensados, rígidos, ¡encorsetados! La raya del pantalón, perfecta, como hecha con tiralíneas.
Dos días después, don Evaristo no fue a verla, y en su lugar llegó el criado con una breve esquelita, llamándola. El señor había pasado muy mala noche, y el médico le había ordenado que se quedase en la cama.
El piar de pájaros también se precipitaba en aquel sombrío confín, y los chillidos con que Juan Evaristo pedía su biberón.
Algo dijo que llevó al ánimo de don Evaristo el convencimiento de que su chulita se veía en un mal paso. De repente soltó mi hombre la risa infantil y babosa, diciendo: «¿Apostamos a que ha habido algún rasgo? Precisamente lo que más prohibí, los dichosos rasgos, que siempre traen alguna desgracia».
Ya en este terreno, D. Evaristo se descubrió más: «Amigo dijo parándose en la puerta de la botica . Su mujer de usted me ha parecido una mujer defectuosísima. Aunque la he tratado poco puedo asegurar que tiene buen fondo; pero carece de fuerza moral. Será siempre lo que quieran hacer de ella los que la traten». Maximiliano le miraba con ojos atónitos. Lo mismo pensaba él.
Hablaron de la boda de Maximiliano y de los increíbles sucesos que después vinieron, diciendo Juan Pablo que su cuñadita era una buena pieza. «Pero, hombre dijo Feijoo a su amigo . Y usted, ¿para qué dejó casar a su hermano?». A mi hermano le falta un tornillo... ¡Ah!, como guapa, ya lo es agregó D. Evaristo con cierto entusiasmo . La he visto ayer... mejor dicho, la he visto varias veces.
Al siguiente día, D. Evaristo fue en coche a ver a Fortunata, a quien encontró peinándose sola. Sentándose a su lado, y cogiéndola por un brazo, la llamó a sí y le dio un beso, diciéndole: «El último beso... La aventura del viejo Feijoo ha pasado a la historia... Entraremos pronto en vida nueva, y de esto no quedará sino un recuerdo en mí y otro en ti... Para el público nada.
Feijoo estuvo cosa de un mes buscándola y al fin pudo encontrarla. Si Fortunata, empezando por conformarse, acabó por sentirse bien, D. Evaristo estuvo desde luego muy a gusto en aquella vida. «Yo no soy celoso le decía , y aunque no pongo mi mano en el fuego por ninguna mujer, creo que no me faltarás, como no se descuelgue otra vez el danzante de marras.
La música, los aplausos, las voces y el murmullo constante del café formaban un run run tan insoportable, que el buen D. Evaristo creyó que se le iba la cabeza, y que caería redondo al suelo si permanecía allí un cuarto de hora más. Decidió retirarse, descontento de no haber encontrado solo a Juan Pablo, pues delante del farmacéutico no podía hablar del espinoso asunto que entre manos traía.
D. Evaristo, que tan práctico quería ser en la vida social, debía de serlo más en la doméstica, y, conforme a sus ideas, lo primero que tiene que hacer el hombre en este valle de inquietudes es buscarse un buen agujero donde morar, y labrar en él un perfecto molde de su carácter.
Palabra del Dia
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