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El tuno de Simón llevaba del brazo á dos robustas muchachas, á las que juraba amor eterno, y entre las últimas filas descollaba la elevada estatura de Tristán, en cuyo ancho hombro se sentaba una chicuela pescadora de quince abriles, que un tanto asustada asía con ambas manos el casco del gigante.

El agua, escribe él «lava y quita las manchas, apaga el fuego, refrigera y templa el ardor de la sed, une muchas cosas y las hace un cuerpo, y últimamente, cuanto baja, tanto sube y se levanta después...» Pero Belarmino no sabía que el agua tiene sus amores; los santos no saben estas cosas. Y yo te diré los amores del agua. El agua ama la sal; es un amor apasionado y eterno.

Y Leonora se estremecía, escuchando internamente el murmullo de la orquesta al acompañar el canto de ternura inspirado por la Primavera; la vibración de la selva agitando sus ramas entumecidas por el invierno, al recibir la nueva savia como torrente de vida; y en medio de la iluminada plazoleta, creía contemplar a Sigmundo y Siglinda, estrechándose en eterno abrazo, formando un solo cuerpo como cuando los veía desde los bastidores, vestida de walkyria, esperando la hora de despertar el entusiasmo del público con su alarido ¡Hojotoho!

Pero rásganse las nubes que nos envuelven, y nos encontramos más allá de los límites terrestres, no sujetos al espacio y al tiempo, y en el dominio de lo infinito y de lo eterno. Aquí enmudecen todas las discordancias; aquí sólo se oyen las voces humanas á manera de himnos solemnes, acompañados de las melodías de la música sagrada.

El brioso y denodado ayudante de marina, pudo continuar su campaña civilizadora sin peligro de nuevas celadas. Sinforoso no se retiraba, sin embargo, a su casa sin ir acompañado de él o de otro amigo, perfectamente armados ambos. Pero Gabino Maza, el eterno disidente, supo aprovechar maliciosamente aquella ruptura con la Iglesia, para sobresaltar las conciencias de algunos vecinos.

Desde que empieza el mundo está sabido El castigo que hace Dios eterno; Por vista de los ojos conocido, Está cuando la estima el Sempiterno: La muerte del que es justo y bien creido, Tenemos la castiga con infierno: Que la sangre de Abel el inocente Clamando está ante Dios omnipotente.

Creíale más valiente que el Cid, más diestro en las armas que el Zuavo, su figura le parecía un figurín intachable, aquella ropa el eterno modelo de la ropa; y en cuanto a la fama que don Álvaro gozaba de audaz e irresistible conquistador, reputábala auténtica y el más envidiable patrimonio que pudiera codiciar un hombre amigo de divertirse en este pícaro mundo.

Desesperantes, crueles los dolores de su vida, por su mente enloquecida pasan en negro tropel, y eterno, indeleble, horrible un pavoroso momento, en su corazon sangriento mantiene viva la hiel.

Y cuando bajaba presurosa la escalera, el dolor de aquella herida del amor propio la atormentaba más que las que había recibido en su honra. ¡Una cursi! El espantoso anatema se fijó en su mente, donde debía quedar como un letrero eterno estampado a fuego sobre la carne.

Era esa la realidad: él había sido víctima de una ilusión del eterno engaño del amor, al atribuir a aquella mujer sublimes virtudes que no poseía, al exagerar la hermosura de aquella alma hasta concederla una perfección sobrehumana.