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Actualizado: 22 de junio de 2025
Agua, figurines, la fácil costumbre de emperejilarse; después seda, terciopelo, el sombrerito... ¡Sombrero! exclamó Juan en el colmo de la estupefacción. Sí; y no puedes figurarte lo bien que le cae.
Pero, duquesa, ¿cómo tiene usted valor de presentarse sin diadema? exclamó S. M. en el colmo de la estupefacción. ¡Ah! ¡La diadema, es verdad! exclamaron a su vez todas las damas de la corte. Póngase usted la diadema inmediatamente prorrumpió con energía la augusta persona. Araceli se disculpó diciendo que estaba guardada en la caja de hierro de su papá, pero no le valieron excusas.
Es una calumnia, sí señor, una calumnia. ¿Pero qué es esto? dijo Amaranta fingiendo la mayor estupefacción . ¿Mis palabras han podido causar el disgusto del Sr. D. Pedro? Jesús, ahora caigo en que he cometido una gran imprudencia. Dios mío, ¡qué daño he causado! Sr. D. Pedro, yo no sabía nada, yo ignoraba... Desunir por una palabra indiscreta dos voluntades... Este mozalbete tiene la culpa.
Raúl que hacía un momento estaba literalmente sobre ascuas, miró a su madre con verdadera estupefacción... ¿Estaba en su juicio?... ¿Sabía él mismo lo que había oído? Blanca no es tu hermana dijo gravemente la noble dama. ¡Que no es mi hermana!... ¿Qué es entonces? Mi sobrina y tu prima. Entonces mi tío... Es su padre.
Sí: debo cuidarme, debo vivir repitió Paula en el tono de estupefacción que emplea el que oye por vez primera la solución concisa de un problema en que ha estado trabajando infructuosamente toda la vida. ¡Debo vivir! En aquel momento sus ojos miraban en derredor, asombrados, asustados, con melancolía y vaguedad, como el que no ha visto nunca un horizonte y lo ve por primera vez.
A la Moncloa dijo Tristán al lacayo. La mayor estupefacción se pintó en los ojos de Reynoso, pero guardó silencio. Prontamente el coche dejó las cercanías de la estación del Norte y se internó en el largo y umbroso paseo de la Moncloa, que se hallaba en aquella hora completamente solitario. Tristán, con los ojos bajos y voz levemente enronquecida, principió al cabo a hablar.
No tenía más compañía que la de Papitos, que se escapaba de la cocina para ponerse al lado de la señorita, cuya hermosura admiraba tanto. El peinado era la principal causa de la estupefacción de la chiquilla, y habría dado esta un dedo de la mano por poder imitarlo.
Las muchachas llegaron bailando, cantando y tocando flautas, crótalos y salterios, que era cosa de gusto el verlas y el oírlas. Yo me quedé absorto. Nanar me dijo, y aquí fue mayor mi estupefacción: Ahí tienes al santo Parsondes en medio de esas mujeres. Parsondes, ven acá y saluda a tu antiguo discípulo.
LEONIE. ¡Indudablemente...! ¡Pero es preferible que sea bonita...! LEONIE. ¡Bah! ¡Ya ves que tengo aquí a mi ahijado...! Que mande a Carmen, o a Irma. LA SIRVIENTA. ¡Es que el general quiere que seas tú...! LEONIE. ¡Pues contéstale que he salido y déjanos en paz...! Este breve coloquio sume a Cirilo en una estupefacción inquieta. La sirvienta sale. CIRILO. ¿Tiene usted mucho trabajo?
Luego le volvió la espalda é hizo correr las manos sobre el piano, entregándose á su melancolía armoniosa. Empezó para don Marcelo una vida absurda que iba á durar cuatro días, durante los cuales se sucedieron los más extraordinarios acontecimientos. Este período representó en su historia un largo paréntesis de estupefacción, cortado por horribles visiones.
Palabra del Dia
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