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¡Cómo! ¿qué es lo que dices? exclamó Amaury, con la estupefacción pintada en el semblante. Digo respondió Felipe sin abandonar su aire solemne, que suplico a mi amigo y hermano Amaury, recordándole sus compromisos, que pida para la mano de... ¿De Magdalena? Si. ¿De Magdalena de Avrigny? ; de la hija de tu tutor. Pero ¿no estabas enamorado de Antoñita? ¿Yo? ¡Ca, hombre!

Al hacer plato la tía Felicia, Celso no pudo reprimir una sonrisa irónica acompañada de un resoplido despreciativo. Y mirando con estupefacción aquel manjar despreciable murmuró por lo bajo: ¡Mal rayo! ¡Nabos y berzas! Lo mismo que si no los hubiera visto en su vida, aunque su abuela se los hacía tragar la mayor parte de los días.

Cuantos contemplaban la escena envidiaban la suerte del hombrecillo, el cual, cogiendo el caballo por la brida, se montó en él. ¡Pero cuál no sería la estupefacción general, y sobre todo la de Riffi, cuando vieron al noble bruto emprender una carrera desenfrenada en dirección de las tropas alemanas! El sastrecillo levantaba al cielo las manos, implorando a Dios y a todos los santos.

¿Dice usted que no se comen los cisnes, don José? preguntó triunfalmente. ¡Pues que se comen, y muy ricos que son! ¿Para qué los hubiera matado sino para comerlos? En la estupefacción general, observó la voz agria de la mayordoma: Usted dirá los pichones de ganso; pero los cisnes, los cisnes... ¡No digo los pichones de ganso, digo los cisnes, señora! afirmó Juanillo dignamente.

Eriarboló el garrote, símbolo de su autoridad y de su mal genio, y en el corrillo que se había formado sólo se veían bocas abiertas y miradas de estupefacción.