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Actualizado: 22 de junio de 2025


Calla, para no decir algo que el príncipe no debe escuchar de su boca; acepta como un bien el silencio de asombro que se interpone entre él y Lubimoff; teme que éste salga de la estupefacción en que le ha sumido su noticia. Como desea alejarse, propone algo que le parece un remedio. ¿Quiere Su Alteza que lo llame? Seguramente vendrá. Tal vez hablando los dos...

Si en el interior de África nos enseñaran unos tigres muy sociables, y si ante nuestra estupefacción nos dijeran que esa sociabilidad era natural y que esperásemos a ver a los tigres en Price, esta contestación nos parecería bastante absurda. Pues igualmente absurda me pareció a la contestación que me dieron en la ganadería sobre la ferocidad de los toros. No.

Guardó silencio, como si se gozase en la estupefacción de Maltrana, y luego continuó, con una sonrisa doctoral: En los tiempos coloniales, cuando la vieja España nos tenía como niños en la escuela, y aun mucho después, en la época de nuestras revueltas, dos y dos jamás fueron cuatro. No había quien sumase, quien pusiese los dos números uno sobre el otro.

Porque aunque todos los días se repetía la escena, nunca dejaba de producirle estupefacción dolorosa. ¡Un sacerdote con dos pistolas en las manos, en aquellas mismas manos que al día siguiente habían de tocar el cuerpo de nuestro Redentor! Alguna vez había visto a su maestro el rector del seminario de Lancia en la cama.

La estupefacción que sentía apenas le permitió dar un grito, y su primer movimiento fue echarle los brazos al nene, decidida a comerse a bocados a quien intentase hacerle daño o quitárselo. Rubín estuvo más de un minuto sin dar un paso, clavado en la puerta y destacándose dentro del marco de ella como la figura de un cuadro. ¡Cosa rara!

No es más intensa la estupefacción del hombre salvaje en presencia de los instrumentos y las formas materiales de la civilización, que la que experimenta un número relativamente grande de hombres cultos frente a los actos en que se revele el propósito y el hábito de conceder una seria realidad a la relación hermosa de la vida.

Y la empujó, hasta hacerla pasar la puerta. Dentro, en el recibimiento, cesó su llanto. Miraba en derredor con asombro, asustada sin duda de haber llegado hasta allí. Sus ojos lo examinaban todo con estupefacción, como admirados de que cada objeto estuviera en el mismo sitio que cinco años antes, con una regularidad que hacía dudar de si realmente había transcurrido el tiempo.

Si hubiera fumado, no hubiera sido mayor la estupefacción de aquellas solteronas. «¡Una Ozores literata!». «Por allí, por allí asomaba la oreja de la modista italiana que, en efecto, debía de haber sido bailarina, como insinuaba doña Camila en su célebre carta». El cuaderno de versos se había presentado a los padres graves de la aristocracia y del cabildo.

Y, ¡qué diablo! si es hermoso el ser venerable, y honroso el ser venerado, con todo, la cosa es, a mi edad, un poco desconsoladora. Lacante, con gran estupefacción de todos, nos anunció aquella noche que se va a instalar en el campo. Si lo conocieras como yo, comprenderías lo que tiene de revolucionaria esa extraña decisión.

El pasmo y la estupefacción se extendieron al instante por todos los ámbitos de Villafría, con la nueva de que doña Luz era millonaria: heredera de una fortuna enorme. Para D. Acisclo fue la sorpresa no inferior a la de todos su compatricios. Nada distaba más de su mente que la herencia de doña Luz; pero D. Acisclo sabía y aguardaba la venida de D. Gregorio, aunque ignorando a qué venía.

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