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Actualizado: 22 de junio de 2025
Esta lectura dejó á Ulises en dolorosa estupefacción. ¡Ya no vivía Freya!... ¡Ya no corría el peligro de verla aparecer en su buque al tocar en cualquier puerto!... La dualidad de sus sentimientos volvió á surgir con violenta contradicción. «Muy bien pensó el marino . ¡Cuántos hombres han muerto por su culpa!... Era inevitable su fusilamiento. Hay que limpiar el mar de bandidos.»
Si el enemigo replicaba, otra vez la estupefacción y el silencio; nueva corrida en busca de la consulta, y así transcurrían las sesiones con gran regocijo del barbero Cupido la peor lengua de la ciudad el cual, siempre que se reunía el municipio, decía a los parroquianos: Hoy es día de fiesta: corrida de concejales en pelo.
Aquí Desnoyers creyó que debía decir algo, para que el orador no adivinase sus verdaderas preocupaciones. Tal vez no hacen ustedes bastante. ¡Si ustedes devolviesen, ante todo, lo que le quitaron!... Se hizo un silencio de estupefacción, como si hubiese sonado en el buque la señal de alarma.
Huberto miró a su madre con estupefacción; la conocía como muy hábil, pero aquella astuta previsión lo desconcertaba. Después de un silencio dijo: Le he dicho a usted la verdad, madre. Amo a María Teresa; una ruptura me haría desgraciado. Comprendo ese sentimiento concedió la señora Martholl dueña siempre de sí misma; está justificado por el encanto de la joven.
Pardiez exclamó, puesto que la novela en cuestión se terminó ocho días antes de las negociaciones, ¿qué más quieren ustedes?... Nada de novelas repliqué. ¡Nada de novelas! repitió el señor Boulmet en el colmo de la estupefacción. ¿Dónde encontrará usted un hombre de treinta años que no haya tenido su novela?... ¿Su novela?... Sus novelas, su colección de novelas...
Mirola con sorpresa, que se convirtió en estupefacción al ver que la dama avanzó con resolución hasta él, y sin decir palabra se dejó caer de rodillas a sus pies sollozando. ¡Señora... por Dios... levántese usted! dijo aturdido. La dama no se movió. Señora, levántese usted repitió de nuevo cogiéndola suavemente por un brazo.
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¡Cómo?... Vas a molestarte... ¡y con este calor! Por toda respuesta Melchor montó a caballo y cerrándole violentamente las espuelas se dirigió por el jardín, entre la estupefacción de todos, hasta el corredor de la casa al que subió con su caballo y aproximándolo a la ventana llamó a Ramona, de quién los viajeros no se habían despedido.
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Palabra del Dia
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