Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 16 de junio de 2025
Aunque niño, y sin poderme dar cuenta profunda de aquel solemne momento de mi vida, lloré amargamente abrazado de su cuello; sentí su último calor vital con un íntimo estremecimiento de dolor, estreché sus manos descarnadas, me miré en sus ojos apagados y permanecí mucho, mucho tiempo a su lado, sollozando y enjugando mis lágrimas.
En fin, yo respondí rápidamente dentro de mi alma a estos y otros avisos, y tomé la mano que Pepita cariñosamente me alargaba y la estreché en la mía. La suavidad de aquella mano me hizo comprender mejor su delicadeza y primor, que hasta entonces no conocía sino por los ojos. Según los usos del siglo, dada ya la mano una vez, la debe uno dar siempre, cuando llega y cuando se despide.
1076 Cuando la tormenta brama, el mar, que todo lo encierra, canta de un modo que aterra, corno si el mundo temblara: parece que se quejara de que lo estreche la tierra. MARTÍN FIERRO 1077 toda tu sabiduría has de mostrar esta vez; ganarás sólo que estés en baca con algún Santo. La noche tiene su canto, y me has de decir cuál es.
Paseábame días pasados con él, no precisamente porque nos estreche una gran amistad, sino porque no hay más que dos modos de pasear, o solo o acompañado. La conversación de los jóvenes más suele pecar de indiscreta que de reservada: así fue, que a pocas preguntas y respuestas nos hallamos a la altura de lo que se llama en el mundo franqueza, sinónimo casi siempre de imprudencia.
Y yo soy Federico de Tarlein; ambos al servicio del rey de Ruritania. Me incliné y dije descubriéndome: Mi nombre es Rodolfo Raséndil y soy un viajero inglés. También he sido por dos años oficial del ejército de Su Majestad la Reina. Pues en tal caso somos hermanos de armas repuso Tarlein tendiéndome la mano, que estreché gustoso. ¡Raséndil, Raséndil! murmuró el coronel Sarto.
Para iluminar los rasgos y colores de aquel retrato que sonreía, valía la pena de que saliese el sol, de que existiese el mundo, de que la serie del tiempo trajera aquel día, aunque deslustrado por los horrores de una batalla. Estreché a la Inés de dos pulgadas contra mi corazón y la guardé en mi pecho, resuelto a no darla, aunque la materialidad del pedazo de cobre pintado no me pertenecía.
Con el pañuelo blanco que tenía en la mano me hizo una señal de despedida, y cayó sin conocimiento. Corrí a ella, la levanté en mis brazos, la estreché contra mi corazón jurándole amor eterno, y antes que recobrara el sentido, la confié al cuidado de mi madre y mis hermanas y me dirigí a donde estaba el carruaje sin detenerme ni volver la cabeza.
¿No te conmueve mi propio peligro? Como continuase muda, acerqué mi rostro al suyo, que procuraba ocultar a mis miradas y vi que tenía los ojos llenos de lágrimas. ¿Lloras porque corro peligro? Te portas ahora como solías ser antes, pero no como el Rey... como el Rey que yo había aprendido a amar. Lancé un gemido y la estreché sobre mi corazón.
Por toda contestación se llevó el dedo a los labios, diciéndome con fingido enojo: Cargante, ¿no tenías tiempo de desirme esas guasitas cuando estuviéramos solos? No pude contenerme. Me acerqué más a ella y la estreché fuertemente contra mi corazón. Una tosecilla seca de Isabel, cuya figura tapaba la puerta, nos avisó de que nos veía y que juzgaba aquello un poco descomedido.
Al despedirme de ella, la estreché la mano y le dije con energía: Siento que su cariño de usted me traerá la dicha y espero encontrarme pronto en estado de poder asegurar a usted la dignidad de vida y la tranquilidad de espíritu a que tiene derecho. Luciana respondió a la presión de mi mano: Eso es; esperemos con paciencia el momento favorable para realizar nuestros proyectos.
Palabra del Dia
Otros Mirando