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Actualizado: 3 de junio de 2025


Aquí, una copa se quejó tan dolorosamente entre los dedos de la señora, que cayó partida en dos sobre el mantel, detalle en que no paró mientes misia Casilda, tan sobreexcitada y fuera de estaba. ¡Si le parecía que fué ayer la muerte de Pilar; la venta de la casa paterna, calle de Méjico; la desaparición de muebles, alhajas y efectivo entre las manos de don Bernardino, el albacea de la testamentaría, el depositario de la confianza de los tres herederos! ¡que fué ayer cuando quedaron casi sin techo, obligado él, don Pablo, a acudir a la influencia de los amigos, para calzar un empleíto, que ayudara a tirar adelante! que fué ayer cuando Esteven, con el luto todavía del suegro, se presentó en la casa, y después de mucho preámbulo y mucho carraspear, les mostró no qué papelotes y leyó no qué cuentas... total, que les entregó unos veinte mil pesos, la parte de la herencia que les correspondía; pues lo demás se había ido entre escribanos, abogados y papel sellado.

Le miraba a través de sus gafas con insistencia: el chico debía estar en el secreto de la verdadera situación de su padre, porque ésta no puede ocultarse en el hogar; si los cimientos de la fortuna de Esteven seguían inconmovibles, ¿por qué le había buscado a él, don Raimundo?

Y le largaron, huyendo el portugués despavorido, rabo entre piernas. Esteven, entretanto, al que un grupo de fieles protegía, invocaba a todos para restablecer el orden. ¿Qué pasaba allí? ¿por qué barullo tan grande? Se adelantó, cuando un furioso se le vino encima con el puño cerrado y le escupió a la cara este insulto: ¡Canalla! Dos o tres voces gritaron al mismo tiempo: ¡Abajo Eneene!

Pero, ¿dónde está el enjuague? replicaba don Pablo. Esteven dirá al prestamista: ¿Y a qué me cuenta usted? y le despedirá con cajas destempladas. Porque si el prestamista se ha contentado con la palabra del chico, ya está aviado.

Tuvo al principio la idea de buscar un abogado y presentarse al juez demandando a Esteven, y aun llegó a hablar de esto a Pablo Aquiles, que no sabía ni lo que hacía ni lo que le pasaba, pero desistió, temerosa del escándalo y entristecida con lo ocurrido.

No conoce a nadie y nada debes temer. Gregoria, sumisa, se cubrió con su mantón. Cuando los dos hermanos salieron, volvióse Esteven a la joven, que cosía indiferente, y con una sonrisa burlona, exclamó: ¡Bien lo dije yo, que tenía que ceder o reventar!

Pilar se cubrió la cara con su pañuelo. ¡Mala lengua! decía Gregoria. ¿Quién había de creer esto de usted? exclamaba con dramático acento Esteven. Esto es una vergüenza decía Pablo. Y entonces, dominando el tumulto, se alzó de nuevo la voz de Casilda, para arrojar a la cara de su cuñado esta palabra: ¡Ladrón! Si a Pilar no se le ocurre desmayarse, se pegan.

¡Qué calles estas! murmuraba Esteven, si aquí no vale andar sobre ruedas; el mejor coche para ir de prisa y sin dificultad es el de San Francisco, y aún así... Asomaba la cabeza por la portezuela, sonriendo a los conocidos.

Pero, así que misia Casilda se levantó, en medio de un silencio más largo que los otros intervalos de la conversación desganada, que habían sostenido con la punta de los labios, Susana se abrazó a ella, suplicándola no se marchara todavía. Aquí estoy molestando, hijita, estáis muy ocupadas... La de Esteven, de pie, no decía nada.

Y si la empresa magna, la reconciliación deseada, no hizo muchos progresos, a causa de los obstáculos insuperables casi que la contrariaban, en esta comunión de su dos almas, el retoño de los Esteven quedó unido al de los Vargas por el lazo del amor, en nudo tan apretado, que no había ya quien pudiera desatarlo sobre la tierra.

Palabra del Dia

rigoleto

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