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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Además, para ahorrar a Vd. trabajo material, que es lo único que yo puedo hacer, bueno será que, con los papeles en la mano, le indique el origen de ciertas cosas, para que Vd. no se mortifique. Dicho esto, esperó impaciente la respuesta. Vaya, vaya... Pues mañana por la mañana, a la hora que solía Vd. ir antes, le espero en casa. Tiene Vd. razón, no hace falta que se sepa...
Sí, él no tenía más que su nombre. Ya es algo respondió Liette con melancolía. ¿No te parece, tía Liette, sin hablar mal de nadie, que es un poco humillante para un hombre el debérselo todo a su mujer? El joven esperó la respuesta con un poco de ansiedad. Era tanta su deferencia por el juicio de aquella guía segura e impecable, que una palabra de su boca le parecía una sentencia sin apelación.
Ha, espero que me la enseñará vm., dixo el ingenuo Candido. Ya la verá vm., dixo Cunegunda, pero sigamos el cuento. Siga vm., replicó Candido.
Con eso tendría bastante para pagar lo que debemos y hacer frente a la situación; pero luego necesitaría tu apoyo. Cuenta con él. Mi proyecto es el siguiente: primero, buscar esa cantidad por el medio indicado: y luego, tener una entrevista seria con mi madre, ver si sé hablarla al corazón, aunque no espero nada.
Esto no está bien, no está bien, y espero que os corrijáis, si no queréis ser los sepulcros blanqueados de que nos habla el Evangelio, llenos de podredumbre, me entiende usted, y de inmundicia por dentro, y limpios por fuera... eso es...
A solas, recobró energía, y calculó que tal vez hacía mal en desesperarse; acaso su mala ventura sería un lazo más que acabase de unir a Baltasar con ella para siempre. Sí, no podía suceder de otro modo, a menos que tuviese entrañas de tigre. Esperó con afán el domingo, día de cita en el merendero de la gaseosa. Madrugó, llegó mucho antes que Baltasar.
-No digáis más, señora doña Clara -dijo a esta sazón Dorotea, y esto, besándola mil veces-; no digáis más, digo, y esperad que venga el nuevo día, que yo espero en Dios de encaminar de manera vuestros negocios, que tengan el felice fin que tan honestos principios merecen.
¿Qué? Saber algo del joven. ¡Cómo! ¿no sabe usted bastante? dijo el notario sorprendido. ¿Qué más quiere usted saber?... ¿Cómo es ese caballero?... ¡Ah! es muy justo dijo el notario tomando de su cartera otro sobre. Vea usted su fotografía... Y dándosela a la abuela, esperó el resultado del examen.
Viendo mi resistencia, me dijo: «Mire vuesa merced que no le hizo Dios para fraile, sino para soldado. Cuidado no se equivoque, que le ha de pesar. En Cartagena le espero hasta el día de San Pedro y San Pablo.» Era todo el contenido de la carta.
Detúvose un momento Montiño como acometido por un accidente nervioso, y después siguió subiendo, aunque no tan deprisa. Quevedo esperó con suma paciencia durante una hora. Al fin de ella, sintió unos pasos precipitados en la escalera.
Palabra del Dia
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