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Actualizado: 4 de junio de 2025
Pálido, contraído, yerto, con la boca dilatada, los ojos fijos, desencajados, espantosos, los brazos extendidos, crispados los dedos, erizados los cabellos, temblando todo, estaba horrible por el terror que sentía; detrás de aquella perdiz verde veía un cadáver... el cadáver de la reina, y detrás del cadáver de la reina, los dos palos escuetos y rojos de la horca.
Había pasado toda la noche sin dormir, rumiando proyectos espantosos de venganza. ¿Por qué? ¿Qué nueva afrenta había sufrido? ¿Cómo explicar tanta exasperación? ¿Qué razón había para tanta animosidad contra aquel muchacho á quien nunca había visto y á quien execraba tanto como al otro, al horrible, al infame Roussel?
El primero se nos revela por medio de la huella del trilobito, especie que se ha perdido, destructor extinto de los seres extintos también. A juzgar por el pico, si el monstruo guardaba proporción con él, debió tener un tronco enorme, brazos-chupones espantosos, tal vez de veinte ó treinta pies de largo, como una prodigiosa araña. ¡Cosa trágica!
Es gran bellaquería suponer esa ley obscura y vaga, y forjarse casos terribles, conflictos espantosos entre los sentimientos naturales y el sencillo cumplimiento de un deber. Esto equivaldría á suponer la necesidad de ser un pozo de ciencia y de sentirse capaz de sobrehumanos esfuerzos para ser persona decente. Ya tú comprendes que esto sería disculpar y dar casi la razón á los tunos.
No intento hablar ahora de los espantosos conciertos que tal vez prepara, de sus dúos con las rocas, de los alaridos y sordos truenos que produce en el fondo de las cavernas, ni de la sorprendente gritería en que se juraría oir: ¡Socorro!... No; escogeremos uno de sus días graves, en que usa de su fuerza sin violencia.
No tenía el aspecto legendario del otro, era rudo y torpe; pero ella veía aún, con la limpieza de un recuerdo enérgico, la gallardía con que días antes había corrido en su auxilio, la sonriente confianza con que había peleado con una fiera mugidora, lo mismo que los héroes wagnerianos peleaban con dragones espantosos. Sí; él era «su» guerrero.
Sin embargo, había sido prudente no acompañarla; conocía demasiado, por haberlo experimentado ya, el suplicio de verla en un baile. ¡Qué celos tan espantosos sufría cuando la veía, amable, sonriente, y siempre rodeada de jóvenes! En estas ocasiones se había dado cuenta del estado de su corazón.
Entonces aún no había telégrafos, y los despachos no pudieron entregarse. Cuando llegaron los correos donde estaba el general, vieron venir huyendo a todos los soldados del Rey y los imitaron. Los cuarenta de la escolta tártara, que eran otros tantos genios, corrían en su persecución trasformados en espantosos vestiglos, que arrojaban fuego por la boca.
Te haré comprender mejor la grandeza de este cariño diciéndote que por evitarte un padecer leve, tomaría yo para mí los más espantosos que pudieran imaginarse. Abnegación es eso. PANTOJA. Considera cuánto padeceré ahora viendo que no puedo evitarte una penita, un sinsabor... ELECTRA. ¡A mí! PANTOJA. A ti. ELECTRA. ¡Una penita...!
Eulalia huyó de la habitación lanzando gritos espantosos, y Carlos perdió el conocimiento. Cuando algún tiempo después volvió en sí, la lámpara ya no brillaba y no le quedaban, de lo que había pasado, más que ideas vagas e inciertas, como las ilusiones de la noche. Extendió los brazos a tientas y tropezó con un cuerpo inmóvil y frío.
Palabra del Dia
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